jueves, 3 de diciembre de 2015

¿Por qué duelen las antiguas fracturas y cicatrices cuando va a cambiar el tiempo?

Roberto López-Herrero, un escritor que tiene un porrón de libros publicados y hasta una página dedicada a él en Wikipedia, me preguntó hace un tiempo: ¿por qué duelen las antiguas roturas o cicatrices cuando va a cambiar el tiempo? 
Resulta que es un fenómeno muy interesante pero, por común que sea y pese a que casi todos tengamos algún familiar que dice saber cuándo lloverá en cuanto le empieza a doler algo, no está ampliamente estudiado. Eso no significa que no se hayan hecho estudios pero, como ocurre con las cosas relacionadas con este tipo de fenómenos, que muchas veces tienen una fuerte carga subjetiva, es complicado establecer la causa exacta del dolor. Algunos muestran muy claramente que los cambios de presión atmosférica son los responsables, mientras que otros concluyen que hay pacientes afectados en mayor o menor medida por otros factores como la humedad o la temperatura.
En cualquier caso, y aunque a primera vista tenga pinta de que este fenómeno debería estar relacionado con el frío, el viento o la humedad, parece que el consenso es que el verdadero culpable tras el dolor de cicatrices, lesiones y articulaciones artríticas cuando el tiempo cambia es la presión atmosférica.
Así que vamos a ver mediante qué mecanismo puede afectar a la presión atmosférica a nuestros débiles cuerpos mortales.

Como comentaba en esta entrada sobre piscinas en el Everest, el aire tiene masa y, al tener masa, se ve atraído hacia el suelo por la fuerza gravitatoria de nuestro planeta. O sea que, aunque no lo notemos, el peso de las decenas de kilómetros de atmósfera que tenemos sobre nuestras cabezas actúa sobre nosotros todo el día, a todas horas.
¡Pero el peso del aire no me puede afectar si no salgo de casa! ¡He hackeado la realidad!
Bueno, a ver, voz cursiva, el aire no descarga todo su peso sobre tus hombros como si fuera un mueble.


No notamos el peso de la atmósfera porque el aire es un fluido, así que nos rodea en vez de apilarse encima de nosotros. Por tanto, el aire presiona nuestro cuerpo desde todas las direcciones por igual, comprimiéndonosen vez de aplastarnos.
Al nivel del mar, la atmósfera ejerce alrededor de 1 kilogramo de fuerza sobre cada centímetro cuadrado de nuestra piel, lo que ayuda a mantener nuestros tejidos y fluidos corporales bien compactos y turgentes.
Espera, espera, si la atmósfera ejerce una presión constante contra nuestro cuerpo, ¿entonces por qué no nos estruja como si fuéramos latas de refresco?
Pues porque los fluidos y gases que contienen nuestros cuerpos en su interior también están presurizados y, por tanto, contrarrestan la presión ejercida por la atmósfera “empujando” nuestro cuerpo hacia afuera desde dentro.
PERO, si por cualquier motivo la presión que actúa sobre nuestro cuerpo desde fuera disminuye, entonces estos fluidos que están presurizados en nuestro interior ya no tendrán una fuerza que contrarreste su efecto y, por tanto, empezarán a expandirse.
El caso más extremo lo traté en esta otra entrada sobre la exposición del cuerpo humano al vacío: en un ambiente en el que el cuerpo no está sometido a ningún tipo de presión externa, como el vacío del espacio, los fluidos corporales se evaporan y expanden, haciendo que el cuerpo se hinche hasta alcanzar el doble de su tamaño original.
Por suerte no existen documentos gráficos en los que aparezcan seres humanos hinchándose al ser expuestos al vacío. Lo que sí que está grabado en vídeo son experimentos en los que se ponen malvaviscos en una cámara de vacío de la que se va extrayendo el aire gradualmente, haciendo que la presión en su interior baje (la acción empieza en el minuto 0:55 y “termina” en el 1:10).



En el vídeo podéis ver cómo las burbujas de aire atrapadas en el interior de los malvaviscos, que se encuentran a presión atmosférica, empiezan a expandirse mientras se genera el vacío a su alrededor. De repente, en el minuto 1:10, todo el aire es chupado del interior de los malvaviscos de golpe. Sin aire que lo mantenga “hinchado”, el material sólido vuelve a su posición original por su propia elasticidad.
¿Tenéis pensado visitar la cumbre de una montaña muy alta estos días? Si es así, entonces podéis observar vosotros mismos el efecto inverso si vaciáis una botella en la cima, le ponéis el tapón y la mantenéis cerrada mientras bajáis hasta el nivel del mar.
Como la presión es menor cuanto más alto te encuentras (porque tienes menos atmósfera encima de ti), la presión ejercida por el aire dentro de la botella en la cima de la montaña será mucho menor que a nivel del mar. Por eso, el aumento de la presión atmosférica durante el descenso irá chafando la botella cada vez más hasta que volváis a estar al nivel del mar.
Esto es precisamente lo que se ve en esta secuencia en la que la botella se cerró a 4.300 metros y se llevó hasta el nivel del mar. (Fuente)
Pero bueno, lo importante es que os quedéis con el vídeo de los malvaviscos hinchándose mientras la presión a su alrededor baja, porque es lo relevante para el tema que hoy nos ocupa.
Siguiente tema: ¿por qué se producen los cambios de tiempo?
Los nubarrones que indican que el tiempo va a cambiar se forman cuando una masa de aire caliente y otra de aire frío se encuentran. El aire caliente es menos denso que el aire frío y empieza a ascender, pero a su vez el aire frío se mueve hacia el lugar que deja libre el aire caliente y así se forma un vórtice de aire ascendente que actúa como una aspiradora sobre la superficie de la Tierra. En otras palabras: la presión del aire en esa zona de la superficie terrestre baja, ya que el aire está siendo constantemente “aspirado” del lugar.
Y, por eso, cualquier cosa (que contenga líquidos o gases) que se encuentre en el lugar en el que el tiempo está cambiando tenderá a expandirse por la bajada de presión a su alrededor.
¿Eso significa que nosotros deberíamos expandirnos cada vez que viene mal tiempo? Entonces, ¿cómo es que no noto cómo mi cuerpo se hincha cuando baja la presión atmosférica?
Bueno, es que el cambio de presión es muy, muy pequeño.
La presión atmosférica media suele rondar los 103.000 Pascales o, lo que es lo mismo, 103.000 Newtons por metro cuadrado. Esto significa que, en estas condiciones, cada metro cuadrado de la superficie terrestre (o de nuestro cuerpo) recibe una fuerza equivalente a la ejercida por una masa de 1,03 kilos por cada centímetro cuadrado.
Cuando la presión baja y se forma una tormenta, en cambio, la presión baja hasta los 100.000 Pascales o 1 kilo por centímetro cuadrado. Como podéis imaginar, esta minúscula diferencia de presión de 30 gramos por centímetro cuadrado no hará que os desparraméis sobre vuestras sillas. De hecho, la presión más baja jamás medida en la atmósfera fueron los 87.000 Pascales detectados durante el Tifón Tip, en el océano Pacífico, lo que representa una presión “sólo” un 14% menor a la media.
PERO.
Pese a que los seres humanos no seamos tan sensibles a los cambios de presión como malvaviscos ni estemos expuestos al vacío de manera regular, eso no significa que los cambios de presión no tengan un ligero efecto en nuestro cuerpo. De hecho, algunas partes del cuerpo humano son más proclives que otras a reaccionar a los cambios de presión que otras.
Por ejemplo, entre las articulaciones tenemos el llamado líquido sinovial, una sustancia con la consistencia de la clara de huevo que está atrapada en pequeñas cápsulas entre los huesos de las articulaciones y que tiene como finalidad amortiguar el movimiento entre ellos.
Cuando la presión atmosférica disminuye, una presión menor actúa sobre estas cápsulas y este fluido que contienen puede expandirse ligeramente. Si nuestras articulaciones están sanas ni siquiera vamos a notar esta ligera expansión pero, si la articulación está dañada, entonces esta diminuta expansión del líquido sinovial provocada por la bajada de la presión atmosférica puede ejercer presión sobre nervios o zonas irritadas y provocar dolor.
Vaya, qué curioso. ¿Y qué me dices del caso de las cicatrices?
Pues resulta que el tejido cicatrizal es mucho menos elástico que el tejido sano. Cuando la presión atmosférica baja, el tejido sano se adapta con facilidad expandiéndose un poco, pero el tejido cicatrizado, al ser mucho más rígido, no se puede expandir. O sea, que se cree que cuando cambia el tiempo las cicatrices se “estiran” y, como no son elásticas, la tracción puede provocar molestias.
Y se cree que es la ligera dilatación de algunos fluidos corporales que están en contacto con zonas dañadas de nuestro cuerpo, provocada por la bajada de la presión atmosférica cuando el tiempo cambia, lo quepuede llegar a provocar dolor y molestias en viejas lesiones y articulaciones desgastadas.
Pero eso no es todo.
Al parecer, la bajada de la presión también puede dilatar ligeramente los vasos sanguíneos, de hecho, provocando molestias mucho peores en las cabezas de la gente que padece migrañas.
En este estudio se explica cómo unos investigadores instruyeron a 77 pacientes con migraña para que documentaran día a día sus dolores de cabeza durante periodos de entre 2 meses y 2 años. Una vez terminada esta primera fase de recogida de datos, los investigadores compararon los “diarios” de cada paciente con el historial climático del lugar donde había vivido durante todo ese tiempo para ver si existía algún tipo de relación entre el clima y los dolores de cabeza.
El resultado: las migrañas del 51% (39 personas) de los participantes estaban relacionados con los cambios de tiempo. En concreto, se encontró que los síntomas del 13% de ellos (10 personas), respondían a los cambios de presión atmosférica, aunque una proporción mayor (el 24%) veía sus síntomas agravados cuando cambiaban las condiciones de temperatura y humedad.
Lo que también resulta curioso es que antes de empezar el experimento se dio un cuestionario a los pacientes en el que debían decir si ellos mismos consideraban que sus migrañas estaban causados por los cambios de tiempo o no. Al final del experimento, “sólo” 39 de los 48 sujetos que dijeron que el tiempo tenía un efecto sobre sus migrañas resultaron estar en lo cierto.
Y esto viene bien para el caso de hoy, porque demuestra que muchas veces los seres humanos percibimos correlaciones que no existen debido a una falta de objetividad, ya sea porque olvidamos fácilmente las veces que nos equivocamos, porque podemos ser bastante cabezones cuando se nos mete una idea en la cabeza o porque, simplemente, a veces nos gusta sentirnos diferentes.
Y con esta moraleja metida un poco con calzador termina la entrada de hoy.
CienciadeSofá.com

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