domingo, 22 de mayo de 2016

Si el agua tiene memoria, puede haber cualquier cosa en tu vaso

La homeopatía se basa en pastillas de azúcar en las que no queda una sola molécula de la sustancia supuestamente curativa. Cada bolita se sumerge en una gota de agua en la que el ingrediente mágico ha quedado tan diluido que ya no está presente.
Pero los homeópatas saben -aquí está el truco- que el agua tiene memoria. Piensan que la pastilla de azúcar que usted se traga recuerda, de algún modo, las propiedades de la sustancia que debe curarle, aunque ya no esté allí.
Resulta curioso que los homeópatas no hayan pensado en el ciclo natural del agua. ¿Recuerdan lo que les enseñaron en el colegio? El agua baja por la montaña a través de un río, desemboca en el mar, se evapora con el calor para formar nubes y cae en forma de lluvia. Se acumula en lagos y pantanos, la bebemos, hacemos la digestión y vuelve al mar a través del alcantarillado.
En ese recorrido, entra en contacto con infinidad de minerales y otras sustancias. No quisiera entrar en detalles escatológicos pero, si el agua tiene memoria, como afirman los homeópatas, podemos encontrar cualquier cosa en el vaso que bebemos.
¿A QUIÉN SE LE OCURRIÓ TODO ESTO?
La idea de que una dilución sin compuestos activos puede tener un efecto sobre el organismo es la explicación ad hocque encontró el alemán Samuel Hahnemann cuando inventó la homeopatía, hace 200 años, para justificar que sus remedios inocuos podían servir como medicina.
Esa hipótesis volvió a cobrar fuerza en 1988 con la publicación en Nature, una de las revistas científicas más prestigiosas, de este estudio: Human basophil degranulation triggered by very dilute antiserum against IgE. No es importante traducir el título, pero sí explicar las conclusiones a las que había llegado el bioquímico francés Jacques Benveniste.
Gato bebiendo vaya usted a saber qué
Durante una investigación sobre el efecto de una sustancia alérgena sobre un tipo de glóbulos blancos (basófilos), un error del técnico de laboratorio llevó al científico a pensar que una solución en la que ya no estaba presente el alérgeno continuaba teniendo efectos sobre los basófilos.
Benveniste trabajó dos años más en aquel resultado y terminó remitiendo su trabajo a Nature. El equipo de la revista e investigadores independientes no encontraron fallos metodológicos en el estudio, por lo que, a pesar de lo increíble de sus conclusiones, decidieron publicarlo.
La revista se curó en salud, eso sí, y encabezó el texto con la siguiente advertencia: “Reservas editoriales: Los lectores de este artículo podrían compartir la incredulidad de muchos de quienes lo han evaluado (…) Por lo tanto, Nature ha hecho los arreglos oportunos para que investigadores independientes observen una repetición del experimento“.
La ciencia está dispuesta a cambiar de opinión y a echar por tierra cualquier principio, incluso los más fundamentales. Eso sí, para probar afirmaciones extraordinarias son necesarias pruebas extraordinarias. En este caso, no se pedía a Benveniste nada fuera de lo común, sino solo observar en primera persona cómo los glóbulos blancos reaccionaban a una sustancia que ya no estaba presente. El científico francés, convencido de que la honestidad de su experimento, no puso inconvenientes.
El editor de Nature, John Maddox, el químico Walter Stewart y el mago James Randi -un conocido escéptico especialista en desenmascarar fraudes científicos-, formaron el equipo para comprobar el experimento del bioquímico francés. Tras observar el trabajo en el laboratorio, dirigido por Elisabeth Davenas, los tres expertos detectaron un fallo en el procedimiento.
Davenas juzgaba a través del microscopio si cada glóbulo blanco había sido afectado por el alérgeno. Se trataba de una observación subjetiva, en función de cambios sutiles en el basófilo. El problema radicaba en que la investigadora no estaba “cegada” para el experimento. Es decir, conocía de antemano si el tubo de ensayo que iba a examinar correspondía a una muestra en contacto con el alérgeno directamente o con la solución “con memoria”.
En memoria de Jacques Benveniste (1934-2004)
En memoria de Jacques Benveniste (1934-2004)
Al repetir el experimento con tubos de ensayo “cegados”, los resultados se vinieron abajo. Cuando Davenas no sabía con qué muestra estaba trabajando y su criterio subjetivo ya no podía tener influencia, las conclusiones apuntaban a que los glóbulos blancos reaccionaban exactamente igual al agua “con memoria” que al agua del grifo.
Benveniste no tuvo probablemente una intención fraudulenta en esta historia, sencillamente el experimiento estaba mal diseñado. El científico, que antes había trabajado como piloto de carreras, continuó investigando durante más de una década. En 1991 recibió el premio IgNobel de Química (una parodia de los Nobel) por insistir en la memoria del agua, y en 1998 se convirtió en el primer científico en repetir galardón con un nuevo IgNobel de Química, esta ocasión por afirmar que la información que recuerda el agua puede transmitirse por teléfono y por internet.
plcbo.net

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