jueves, 8 de diciembre de 2016

Este es el momento de mayor peligro para nuestro planeta


Como físico teórico que trabaja en Cambridge, he vivido mi vida en una burbuja extraordinariamente privilegiada. Cambridge es un pueblo muy poco usual, ubicado alrededor de una de las mejores universidades del mundo. Dentro de ese pueblo, la comunidad científica de la que empecé a formar parte a mis 20 años, está aún más enrarecida.
Y dentro de esa comunidad científica, el pequeño grupo internacional de físicos teóricos con quienes he pasado mi vida laboral, podría a veces sentirse tentado de considerarse a sí mismo como la cima del mundo. Además, con la fama que adquirí a raíz de mis libros, y el asilamiento que mi enfermedad me ha impuesto, siento como si mi torre de marfil se estuviese haciendo más alta.
De modo que el reciente rechazo aparente de las élites que hemos visto tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido, seguramente está dirigido a mi, tanto como a cualquiera. Sea lo que sea que pensemos sobre la decisión del electorado británico de rechazar la membresía en la Unión Europea, y del público estadounidense de abrazar a Donald Trump como su próximo presidente, en la mente de los comentaristas existe sin duda la certeza de que ambas decisiones son gritos de ira lanzados por personas que se sentían abandonadas por sus líderes.
Fue, todo el mundo parece estar de acuerdo, el momento en que hablaron los olvidados, en el que encontraron sus voces para rechazar el consejo y la orientación que les daban los expertos y la élite en todas partes. No soy una excepción a esta regla. Antes del voto sobre el Brexit, advertí que dañaría la investigación científica en Gran Bretaña, que un voto de salida sería un retroceso, y el electorado -o al menos una proporción lo suficientemente significativa- no me prestó más atención que a cualquiera de los otros líderes políticos, sindicalistas, artistas, científicos, hombres de negocios y celebridades, que dieron el mismo consejo, no atendido, al resto del país.
Lo que importa ahora, mucho más que las decisiones tomadas por estos dos electorados, es cómo reaccionan las élites. ¿Deberíamos, a su vez, rechazar estos votos como efluvios de populismo crudo que no tienen en cuenta los hechos, mientras intentamos eludir o circunscribir las decisiones que representan? Yo diría que este sería un terrible error.
Las preocupaciones subyacentes en estas votaciones sobre las consecuencias económicas de la globalización y la aceleración del cambio tecnológico son absolutamente comprensibles. La automatización de las fábricas ya ha diezmado los trabajos en las manufacturas tradicionales, y es probable que la implantación de la inteligencia artificial extienda esta destrucción de trabajo entre las clases medias, conservando solo los relativos a la asistencia médica, los creativos o los de supervisión restantes.
Esto a su vez acelerará la ya creciente desigualdad económica en todo el mundo. Internet y las plataformas que la hacen posible, permitirán que grupos muy pequeños de individuos consigan enormes ganancias, a pesar de generar muy pocos puestos de trabajo. Esto es inevitable, es progreso, pero también es socialmente destructivo.
Tenemos que unir esto al fracaso financiero, que trajo a los hogares de la gente la certeza de que unos pocos individuos que trabajan en el sector financiero pueden acumular grandes recompensas, y que al resto de nosotros solo nos queda suscribir ese éxito y pagar las facturas cuando su codicia nos lleva por mal camino. Así que, juntos, vivimos en un mundo de creciente desigualdad financiera, en el que muchas personas pueden ver desaparecer, no sólo su nivel de vida, sino también su capacidad para ganarse la vida. No es de extrañar entonces que estén buscando un nuevo acuerdo, que aparentemente podría estar representado por Trump y el Brexit.
Es también el caso de que otra consecuencia involuntaria de la propagación mundial de Internet y de los medios de comunicación social, hace que la naturaleza absoluta de estas desigualdades sea mucho más evidente ahora de lo que lo ha sido en el pasado. Para mí, la capacidad de usar la tecnología para comunicarse ha sido una experiencia liberadora y positiva. Sin ella, no habría podido seguir trabajando en todos estos últimos años.
Pero también significa que las vidas de las personas más ricas, en las partes más prósperas del mundo, son agonizantemente visibles para cualquier persona, aunque sea pobre, que tenga acceso a un teléfono. Y puesto que ahora hay más gente con un teléfono que con acceso al agua potable en el África subsahariana, esto significará pronto que casi todos en nuestro planeta, cada vez más atestado, no podrán escapar de la desigualdad.
Las consecuencias de esto son claras: los campesinos pobres acuden a las ciudades, a los barrios de chabolas, impulsados por la esperanza. Y a menudo, al descubrir que el nirvana de Instagram no está disponible allí, lo buscan en el extranjero, uniéndose a un número cada vez mayor de migrantes económicos en busca de una vida mejor. Estos migrantes a su vez, ponen a prueba las infraestructuras y economías de los países a los que llegan, socavando la tolerancia y alimentando aún más el populismo político.
Para mí, el aspecto realmente preocupante de esto es que ahora, más que en ningún otro momento de nuestra historia, la especie humana necesita trabajar unida. Nos enfrentamos a desafíos ambientales impresionantes: el cambio climático, la producción de alimentos, la superpoblación, la desaparición de otras especies, las enfermedades epidémicas, la acidificación de los océanos.
Juntos, son un recordatorio de que estamos en el momento más peligroso en el desarrollo de la humanidad. Ahora contamos con la tecnología para destruir el planeta en el que vivimos, pero aún no hemos desarrollado la capacidad de escapar de él. Tal vez en unos cuantos cientos de años, habremos establecido colonias humanas entre las estrellas, pero en este momento sólo tenemos un planeta, y tenemos que trabajar juntos para protegerlo.
Para hacer eso, necesitamos romper las barreras dentro y entre las naciones, no construirlas. Si queremos tener la oportunidad de hacerlo, los líderes del mundo necesitan reconocer que han fracasado, y que siguen haciéndolo la mayoría de las veces. Con recursos cada vez más concentrados en manos de unos pocos, vamos a tener que aprender a compartir mucho más que de lo que lo hacemos en la actualidad.
Desapareciendo no sólo los empleos, sino industrias enteras, debemos ayudar a la gente a capacitarse para un nuevo mundo, y apoyarlos financieramente mientras lo hacen. Si las comunidades y las economías no pueden hacer frente a los niveles actuales de migración, debemos hacer más para fomentar el desarrollo global, ya que es la única manera de persuadir a los millones de migrantes para que busquen su futuro en casa.
Podemos hacerlo, soy tremendamente optimista con mi especie; pero requerirá que las élites, de Londres a Harvard, de Cambridge a Hollywood, aprendan las lecciones de este año. Aprender, sobre todo, una porción de humildad.
— Stephen Hawking
Naukas / Encontré este texto (en inglés) en The Guardian

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