Por cada foto de un aguacate que cuelgas en Instagram, muere un trocito de bosque. Sí, suena exagerado, pero podría convertirse en el nuevo mantra del postureo gastronómico. Porque si los influencers supieran que cada vez que presumen de comer la fruta de moda se cargan (un poco) el planeta y fomentan la delincuencia, su buena fama sufriría.
Para entender la aguacatemanía hay que remontarse a 1997, cuando el Congreso de EEUU levantó un embargo a México tras 83 años. La expansión de la gastronomía latina incrementó el consumo y la publicidad coreó los superpoderes del oro verde: rico en grasas sanas y vitaminas, efectos beneficiosos para la piel y mano de santo para el pelo. Un superalimento.
Ahora, la moda también ha llegado a España, donde el año pasado consumimos más de 81.500 toneladas. En cuatro años, la importación se ha duplicado: de las 34.000 toneladas en 2012 a las casi 73.500 en los nueve primeros meses de 2016, según la Federación Española de Productores Exportadores de Frutas y Hortalizas. «Todo el mundo quiere comer aguacate, pero no tenemos suficiente para cubrir el consumo local y europeo», señala Benjamín Fauli, Secretario de la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores en Málaga.
A la insaciable locura se le suma un precio que ha convertido al aguacate en un bien de lujo. En julio cada unidad se cotizó por 2,50 dólares en EEUU, un dólar más que hace un año. Mientras, en España, se puede llegar a pagar hasta dos euros por cada pieza de buena calidad en el súper.
Y es que no todo es de color de rosa (o verde) con el aguacate. Su popularización supone una amenaza para el medioambiente. La fruta, además de coqueta, es caprichosa, y requiere enormes cantidades de agua: 242 litros por kilo. El mayor peligro reside en su desmesurada producción, que echa a perder entre 600 y 1.000 hectáreas de bosque mexicano al año.
La zona más afectada es Michoacán, que concentra la mayoría de las plantaciones y vive una ola de delincuencia. Los agricultores, a menudo a sueldo de las mafias, actúan al margen de la ley escondiéndolos entre los árboles, deforestando hectáreas y originando incendios para replantar con la fruta. El cártel de Los Caballeros Templarios domina el negocio.
La criminalidad también se ha extendido por Nueva Zelanda, otro de los grandes productores mundiales. Este año, se han documentado más de 40 asaltos en sus plantaciones. Los supermercados lucen carteles en los que avisan a los ladrones de que, por la noche, retiran el efectivo de las instalaciones... y también la deliciosa fruta.
Los me gusta de los influencers en las redes son sólo la parte amable del turbio negocio del nuevo milagro gastronómico. La verdad, al igual que su hueso, es bastante más dura.
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