Durante los últimos 15 años, hemos escuchado hablar de las propiedades milagrosas del omega-3 en decenas de estudios científicos e, incluso, en anuncios de alimentos cotidianos en los que con su presencia se ayuda a controlar el nivel de colesterol o a prevenir enfermedades cardíacas. Sus beneficios para la salud han sido tan cacareados que en la actualidad se ha convertido en el tercer complemento dietético en EEUU y en uno de los principales en Europa y Latinoamérica, donde su consumo es el mayor del planeta. Sin embargo, una nueva investigación ha concluido que consumiendo este tipo de grasa poliinsaturada existe “escasa o ninguna diferencia en el riesgo de enfermedades cardiovasculares, enfermedades coronarias, infartos o arritmias”, tal y como señala The Guardian.
El estudio tampoco es que resulte del todo innovador: se trata de una macrorevisión que analiza varias investigaciones al respecto para determinar si las pastillas de omega-3 tienen algún efecto en la salud cardíaca. Tras comparar 79 pruebas con una muestra de más de 112.000 personas, los autores llegaron a la conclusión de que no tiene incidencia. En este sentido, más de una veintena de investigaciones en lo que llevamos de siglo ya habían llegado a la misma conclusión.
Un negocio de más de 25.000 millones de euros al año
Pero, como sucedía en los años 80 con las madres que obsesionaban a sus hijos con la importancia del fósforo en la dieta -y que ha derivado en España en un consumo de hasta cuatro veces mayor que el recomendado actualmente-, los innegables beneficios del pescado se han distorsionado en los últimos años hasta el punto de reducirlos a un único componente, el omega-3, sin tener en cuenta que las evidencias indican que tomar pastillas o la grasa de manera aislada sirve de poco o nada.
Tal vez, el problema se ha magnificado en el momento en el que la industria ha tratado de explotar el aceite de pescado como si fuera oro marino: en 2017, el negocio del omega-3 movió más de 25.000 millones de euros, si sumamos a las empresas que se encargan de extraerlo y a las que lo comercializan. En especial, en Latinoamérica y en la UE, donde prácticamente se concentran dos tercios del consumo mundial y donde se espera que siga creciendo el mercado durante la próxima década.
Un remedio tradicional contra el raquitismo
La cuestión es que, como remedio tradicional, el aceite de pescado tuvo mucho mucho peso durante el siglo XIX en el norte de Europa. El raquitismo hacía estragos en la población joven, especialmente en los niños, por la falta de vitamina D, un elemento que se encontraba a raudales en uno de los pescados más abundantes en el Mar del Norte y el Báltico: el bacalao. En aquel momento, se desconocían exactamente las propiedades del aceite de pescado, pero cuando se comenzó a comercializar fue todo un éxito, ya que con una cucharada al día se prevenía la malnutrición y el desarrollo del raquitismo. Eso sí, jamás se consideró como un bálsamo contra las enfermedades cardíacas.
Sus propiedades preventivas para las enfermedades del corazón son relativamente modernas: en los años 70, un grupo de científicos observó que la población inuit que habita en el Ártico padecía escasos trastornos cardíacos y raramente moría por esta causa. Tras estudiar una serie de variables, llegaron a la conclusión de que este hecho se debía a su dieta, rica en pescado y con altos niveles de omega-3. A partir de ese momento, empezó a comercializarse de nuevo el aceite de pescado, pero con un propósito distinto al original. Y, cuatro décadas después, se ha convertido en uno de los negocios más prósperos del mundo.
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