«Yo de mayor quiero ser joven» es uno de los títulos de la colección de libros que ha escrito el profesor Leopoldo Adabía a lo largo de su trayectoria. A sus 83 años confiesa que se siente feliz y muy activo acudiendo a tertulias, dando conferencias y atendiendo a los medios de comunicación. «No paro», confiesa con gran orgullo.
¿Qué espera la gente mayor de su vejez?
No espera nada –se ríe–.
Al menos vivir de la mejor forma posible, ¿no?
—Sí, y para eso hay que apuntarse al envejecimiento activo y tener obligaciones todos los días. Un viejo que se levanta por la mañana y piensa «hoy no voy a hacer nada», al cabo de unos días se preguntará «y, entonces, ¿para qué sirvo?». Eso no es soportable. Yo me levanto pensando en todo lo que tengo que hacer. Voy a la radio, a la televisión, a charlas... Eso sí los sábados y domingos suelo descansar.
La personas siempre tienen que marcarse un plan diario. El que es ingeniero, por ejemplo, y lleva toda la vida hablando de ingeniería a su familia, al jubilarse debe abrir los ojos y darse cuenta de que a su alrededor hay muchas posibilidades interesantes, como un museo que visitar y especializarse en los temas que ofrecen. Hay un término que está de moda y que las personas mayores no podemos pasar por alto: «reinventarse».
¿De qué hay que huir?
En el caso de los hombres de pensar que con salir a comprar el pan y el periódico o a buscar a los nietos al colegio es suficiente. Eso no es envejecimiento activo. Encima, cuando llegan a casa estropean el día a la mujer. Todo viejo paradisiaco es para echarlo de casa. Es difícil de soportar.
¿Que le diría a aquellos que tienen la creencia de que «el pasado siempre fue mejor»?
Que piensen siempre en el presente y que no lo desprecien. Es muy común que la gente piense «en mi época la música era mejor que la de ahora». Puede ser. O no. Lo que ocurre es que en su época esa persona tenía otra edad y otras circunstancias distintas a las de ahora. Por eso todo es diferente. Es como cuando los hombres hablan de lo bien que les resultó ir a la mili, sin recordar las noches de guardia que les tocó hacer. El pasado ya es historia, el futuro es misterio y solo queda el hoy, que es un regalo. Las personas mayores no pueden pasarse toda su vejez aferrados a su pasado contando lo que les pasó de jóvenes.
¿Usted no piensa en su futuro?
El futuro es corto. Hay que ser realistas.
¿Cómo sobrevivir en una etapa en la que han fallecido familiares y amigos cercanos?
En una ocasión Eduardo Punset dijo: «no tengo la evidencia científica de que me vaya a morir». Pues yo pienso que tampoco yo tengo la seguridad absoluta de que yo vaya a hacerlo. Es cierto que según avanzas en la vida ves cómo tus seres queridos se van quedando en el camino, incluso algunos que son algo más jóvenes, lo que te hace pensar. Coger un álbum de fotos y darte cuenta de que la mayoría de las personas que aparecen ya no están es algo que encoge el corazón. Sin embargo, hay que tener la actitud de que es algo natural.
Pero, ¿se puede ser feliz en esta etapa?
No es que se pueda, es que es obligatorio. Aunque, la verdad, no sé cómo se hace –reconoce con asombro–. El viejo tiene la experiencia de todo lo que ha vivido, pero también puede tener ciertas limitaciones. Esas limitaciones no tienen porqué saberlas más que él. Yo, por ejemplo, me rompí la cadera y, desde entonces, doy mis conferencias sentado, algo que no me gusta. La gente cree que es porque así estoy más cómodo porque yo no voy contando el dolor que me entra cuando llevo un rato de pie. A nadie le importan mis limitaciones. Muchos mayores se quejan de todo: me duele esto, aquello, he dormido fatal... Les gusta presumir de lo mucho que sufren cada día sin darse cuenta de que, en realidad, sus limitaciones no le interesan absolutamente a nadie. Hay que ser flexibles y adaptarse a los cambios físicos de nuestra vida.
ABC
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