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oy, uno tiene tantas posibilidades de ligar que, al final, prefiere acostarse solo. Intervienen dos factores en esta claudicación: el exceso de oferta y el perfeccionismo. Si te piden que escojas la manzana perfecta en un mercado con 300 variantes de la fruta al mismo precio, acabarás regresando a casa y acurrucándote en el plato de la ducha. O comprando chirimoyas.
En este mundo, se cree que la saturación de un mercado solo se soluciona de una forma: con más mercado. Hay una empresa, Virtual Dating Assistants (ViDA) que vio el hueco y lanzó la caña en 2009. Su objetivo es liberar al cliente de la carga del flirteo hasta conseguirle un teléfono o una cita. Para ello, brindan un equipo de asistentes que gestionan de manera integral las cuentas en las redes de cortejo online.
Su fundador, Scott Valdez, un experto en ventas reconvertido en director de conquistas, ha construido una suerte de Ministerio Privado del Ligue. La división de tareas es minuciosa. Una primera persona se encarga de entrevistar al cliente para conocer sus objetivos. La información se envía a los escritores, que componen estratégicamente el perfil público de las apps. El departamento de fotografía recibe las imágenes que facilita el usuario y selecciona la más conveniente.
«Buscamos mostrar a la persona con la mejor luz, en su mejor faceta, y eso incluye intentar destacar su personalidad y sus intereses. No solo escogemos la foto más atractiva, sino aquella que representa mejor el perfil completo», detalla Rosalía Llorens, casamentera de la firma.
Hasta este paso, la faena supera por poco a las funciones de una asesoría de imagen un tanto innecesaria. El siguiente paso del plan integral de seducción pisa en el suelo movedizo de la distopía.
ViDA cuenta con escritores que escudriñan los perfiles de parejas potenciales, eligen presas y se comunican con ellas ocultos bajo la identidad del interesado: hablan de lo que –en función de los datos disponibles– imaginan que él hablaría, opinan lo que él opinaría y aplican estrategias homologadas y testadas durante años de tonteo empresarial.
Valdez ha reciclado un viejo rol y lo ha estirado hasta el disparate. Cuesta definirlo en español. En ViDA no son casamenteros (matchmakers), como se denomina Rosalía: lo serían si se ocuparan de proponer una boda a dos personas o ayudaran a ajustarla.
Tampoco encaja la palabra alcahuete, que alude a quien encubre o facilita relaciones y encuentros amorosos. Pese a que la alcahueta introduzca fórmulas de su cosecha en el proceso, ambos intervinientes reconocen la legitimidad de la persona mediadora. Aquí, eso no ocurre.
Habría que adulterar el término para adaptarlo a la vocación de ViDA: ellos ejercen un alcahuetismo asimétrico. El ligón en diferido conoce el truco, pero la persona acechada no se imagina que su interlocutor es un impostor, un seductor en plantilla.
No intuye que su pretendiente ni siquiera se ha topado con su foto ni ha sentido un germen de conexión que le ha empujado a saludarla; no sabe que el interés o los halagos que recibe no provienen de una inquietud o un deseo humanos, sino de un cálculo pragmático y frío.
El proceso de galanteo subcontratado
Rosalía Llorens se ocupa de la fase de recolección: «La entrevista dura 90 minutos. Hacemos un montón de preguntas: gustos, intereses, pasatiempos, qué buscan en una pareja; si prefieren que tengan formación universitaria, que esté lista para tener hijos o casarse; qué rasgos de personalidad les atraen…». Una vez diseñado el perfil y anotadas las preferencias, arranca la búsqueda.
Entre los clientes, predominan los hombres. De 25 a más de 50 años. «No tienen tiempo: son profesionales muy exitosos, con compañías, y pasan muchas horas trabajando o invirtiendo en pasatiempos», aclara Llorens. Un paquete básico, de 20 horas de dedicación al mes, cuesta unos 420 euros. A partir de ahí, todo es campo: algunos apoquinan cerca de 1.500 euros mensuales.
A muchos de los usuarios les provoca un prurito de estrés y ansiedad la idea de iniciar una charla. «Algunos de nuestros clientes más mayores no tienen experiencia y se preguntan qué pueden decir a alguien que no conocen que les haga sonar como una persona interesante y que dé ganas de conocerlos mejor».
Primero, unos empleados recolectan una serie de candidatas que encajan con el perfil básico del pretendiente. Llorens los revisa «para ver si están en línea con lo que el cliente busca en un nivel más profundo». Una vez recibido el visto bueno, irrumpe la primera línea de infantería: los escritores disparan a gogó ráfagas de icebreakers, mensajes para romper el hielo y enganchar.
Las frases de apertura no brotan del ingenio momentáneo de los escritores. «Lo basamos en datos, en cosas probadas. Existimos desde 2009 y, desde entonces, coleccionamos frases, evaluamos datos. Descartamos los mensajes que no tienen buenas respuestas», detalla Llorens.
La periodista Chloe Rose Stuart se zambulló en la empresa y escribió una profunda crónica para Quartz donde describe la dimensión de esta blitzkrieg amorosa: «Si al cliente le gusta viajar, [los escritores] pueden buscar en el manual de la compañía la palabra viajar y seleccionar entre un puñado de saludos vagos relacionados con viajes. Después de que el cliente haya aprobado el mensaje, esa misma línea bombardeará en docenas de sitios de citas a mujeres con la palabra viajar en sus perfiles».
Chloe Rose rescata una de estas ganzúas que, en el manual, aparecen bajo la etiqueta de perros: «Oye, como amante de los animales, quiero saber tu opinión… Vestir a tu perro, ¿sí o no?». La cronista apunta que el puesto de escritores no requiere creatividad. Todo está pautado y reglado conforme a los principios del fundador, basados en la creencia, según relata Quartz, del magnetismo del macho alfa: «Hazle saber lo que quieres de una mujer y que te explique por qué se ajusta a esos criterios», cita la reportera.
Seducir en tiempos de desencanto
¿Cómo puede delegarse la seducción? ¿No es una de las experiencias más estimulantes? ¿No ocurre que muchos casados y casadas resbalan a ese flirteo primario, inocuo y virtual con la única ambición de consolarse tanteando la guinda de un pastel que no se atreven a probar? ¿Y por qué se subcontrata? ¿Se ha alterado el ADN de las relaciones humanas? ¿Acaso preferimos la sistematización antes que la adrenalina?
Rosalía Llorens explica su teoría: «Cuando buscas pareja online, la parte donde puedes descubrir si hay química o no se demora mucho. Tienes que pasar un montón de trabajo para llegar a eso, y a veces la gente te deja de hablar de pronto después de que hayas puesto mucho esfuerzo en la conversación. Hasta conocerse en la vida real hay poco compromiso».
Ellos venden directamente ese momento: el encuentro presencial. Los clientes quieren llegar y disfrutar de la cita. «El proceso debería ser divertido, pero lo que realmente se disfruta son las citas, el descubrir y compartir, y hacer actividades divertidas», defiende.
¿Y qué ocurre con la simpatía brotada entre la potencial pareja y el operador de ViDA? La química de la atracción es imprevisible: sirve un verbo, un adjetivo, la forma de plantear una pregunta; minucias así contienen el secreto. Un giro inconsciente del lenguaje puede iniciar la cadena de mitosis que convierte la célula curiosidad en órgano de deseo.
Si sucede así, luego, durante la primera cita, la mujer mirará al hombre por encima de los platos de la cena y percibirá que algo falla. Intuirá que el ser de carne y hueso es solo una espuria reducción de aquel que llegaba a sus ojos filtrado por las letras del teclado.
Acabe como acabe la historia, la asimetría inicial no parece demasiado limpia. Quizás el tiempo acabe mitigando este socavón ético: si prosperan empresas como ViDA, no tardarán en coincidir dos pretendientes con los servicios subcontratados.
Un impostor flirteando con una impostora. Imaginemos. Practiquemos un corte de pantalla por un segundo, como en una película. En la mitad derecha, se saludan dos individuos, los de las fotos: dos completos extraños que creen, ambos, dominar la situación. En la mitad izquierda, dos asistentes, cada uno en el rinconcito de su vida, sospechan que se han enamorado de un fantasma.
yorokobu
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