lunes, 28 de mayo de 2018

Los adoradores de avionetas del Pacífico que siguen esperando la llegada del “rey de América”

 Existe una pista de aterrizaje en las montañas de Nueva Guinea que sirve como lugar de culto para una tribu. Allí los indígenas montan guardia las veinticuatro horas del día y por la noche encienden una hoguera bien visible para que el avión que esperan pueda aterrizar. Pero lo que no saben es que, probablemente, ese avión nunca llegará.
Ajenos a esa realidad, los nativos construyeron un avión de paja y madera al que hacen ofrendas. Y a lo largo de sus jornadas, los guardias creen enviar mensajes a través de una radio hecha de latas y una antena hecha de cuerdas y ramas.
 En la isla de Tanna, en Vanuatu, también en el Pacífico, varias tribus tienen una costumbre similar, pero en su caso esperan a una persona en particular: John Frum.
John Frum era un hombre que un día visitó la isla engalanado con un abrigo de botones brillantes y que trajo con él regalos para todos los nativos. Aquellos regalos mejoraron la vida de los habitantes de la isla, y, desde que Frum decidió abandonarles, los nativos esperan su vuelta. Según ellos, Frum es el rey de América, y algún día regresará con más regalos.
En la misma isla de Tanna, otro grupo de nativos espera el regreso de Tom Navy, y en una localidad cercana esperan a Felipe de Edimburgo, el consorte de la reina Isabel II…
 Fuente: Wikipedia.
Según el antropólogo Marvin Harris estos son los denominados “cultos cargo” o “cargo fantasma”. Se trata de religiones que comparten algunos puntos en común.
La mayor parte de estos cultos se localizan en comunidades que tardaron mucho en establecer contacto con otras sociedades contemporáneas, en especial con la europea. En dichas comunidades se rendía culto a los antepasados, de los que se esperaba que algún día regresasen de entre los muertos para inaugurar una nueva época de prosperidad.
Cuando estas tribus entraron en contacto con los occidentales, lo hicieron en muchos casos en contextos de exploraciones europeas y conflictos bélicos que les eran ajenos. Era habitual la llegada de soldados o exploradores extraviados, náufragos, misioneros, etc. E inmediatamente, muchos de ellos eran relacionados con los antepasados de sus mitos.
Es por eso que en muchas comunidades de Asia y Oceanía es común que se adore, por ejemplo, a la bandera británica o la estadounidense, pues se considera un símbolo de esos antepasados. Aunque en ocasiones no es una bandera sino otro símbolo el que se asocia a ese mundo de los antepasados, como ocurre por ejemplo con las cruces rojas que salpican la isla de Tanna, extraídas del logo de la Cruz Roja que portaban los visitantes.
 Fuente: Wikipedia.
Además, dice Harris, el objeto de culto no es tanto la persona sino las mercancías que vienen asociadas a ella. Es por eso que se les denomina “cultos cargo”, pues para los nativos esos objetos simbolizan esa nueva era de prosperidad.
Durante las guerras y expediciones de los europeos eran habituales esos naufragios, desembarcos y demás fenómenos que suponían la llegada de objetos y mercancías que facilitaban la vida de los nativos: ropas, armas, alimentos en conserva, etc.
Muchos de ellos se convirtieron no solo en objetos de culto, sino también en parte de las liturgias. De forma que también es habitual encontrar a los nativos haciendo rituales vestidos de soldados británicos, reproduciendo fusiles o empleando latas y demás instrumentos.
 Muchas veces no es la persona que trajo el cargo la que es adorada, sino alguna persona relevante del país de origen, alguien que aparecía en las fotos y símbolos que portaban los visitantes, como es el caso de Felipe de Edimburgo.
Otro aspecto en común es la confusión de conceptos y términos: los especialistas nos dicen que muy probablemente John Frum, el rey de América, fuera en realidad “John from America”, y que los nativos malinterpretaron sus palabras. Mientras que Tom Navy ya podemos imaginar que no se apellidaba así.
Aunque muchas publicaciones asocian estas creencias a hechos de la Segunda Guerra Mundial, cuando las costas de las islas del Pacífico se llenaron de objetos procedentes de barcos y aviones, y la llegada de náufragos y pilotos extraviados era habitual, los antropólogos nos dicen que en realidad estos cultos no son un fenómeno propio del siglo XX, sino que se dan desde siglos antes.
Lo cierto es que existen testimonios de cultos similares que han ido evolucionando con el paso del tiempo: en siglos anteriores en las mismas comunidades o próximas el objeto de culto eran misioneros y exploradores que habían llegado en canoas o barcos de vela.
De hecho, nos cuenta Harris el caso de una expedición rusa en el siglo XIXcapitaneada por Nicholas Miklouho-Maclay. Al tocar tierra y repartir algunos regalos entre las comunidades nativas, Maclay se percató de la asimilación que los indígenas hacían con sus creencias y, lejos de evitar la confusión, se aprovechó de ello y lo promovió.
Nicholas Miklouho-Maclay.
Maclay siguió repartiendo regalos, objetos que a la misión le eran prescindibles o incluso que debían deshacerse de ellos, y fue más allá: hizo suya la asimilación de los hombres blancos a los antepasados y les hizo creer que eran espíritus, inmortales, y para ello evitó que durante su estancia allí, los nativos vieran morir a un europeo, ocultando los cadáveres y a los moribundos.
Con el paso del tiempo los rusos dejaron paso a portugueses en el imaginario nativo, los portugueses a británicos, y a partir de la Segunda Guerra Mundial quienes recibieron el culto fueron los estadounidenses y los japoneses.
Igualmente, las canoas y barcos de vela dejaron paso a buques de guerra, aviones y demás transportes y objetos.
Hay quien ha querido interpretar estos cultos como una demostración de la superioridad intelectual occidental, es decir, se piensa que los nativos de Melanesia y demás territorios son estúpidos, pero nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que se produce una asociación de sus creencias ancestrales a un hecho puntual y a una tecnología que para ellos no tiene explicación aparente. Esto, unido al hecho de que fueron los propios occidentales los que se aprovecharon de la situación, dio origen a estos curiosos cultos.
Para los habitantes de Tanna, los continuos sonidos de motores que atraviesan el cielo son la demostración de que los ancestros están por allí. Quizá estén llevando cargamentos a otras comunidades, pero algún día llegarán de nuevo a la isla.
Su lógica queda mucho clara en palabras de los propios nativos: un adorador de John Frum, interrogado en una ocasión por occidentales, señaló que si millones de personas llevaban dos mil años esperando el regreso de Jesucristo, ellos podrían esperar unos años más la vuelta de Frum.
Bibliografía:
HARRIS, M. (2016). Vacas, cerdos, guerras y brujas. Ed. Alianza, pp. 150-172.
DAWKINS, R. (2007). El espejismo de Dios. Ed. Espasa.
Strambotic

No hay comentarios:

Publicar un comentario