Cuentan que en Rumanía, durante la era comunista, uno de los paisajes urbanísticos más típicos eran pilas de edificios de apartamentos de estilo soviético. Una de esas ciudades fue Alba Iulia, cuyos habitantes se las veían muy felices con el proyecto de un majestuoso bulevar en el centro. Sin embargo, un edificio soviético se interponía.
Para entender la sorprendente fórmula que aplicaron los ciudadanos con el edificio, hay que retroceder hasta comienzos de la década de los 70, momento en que Nicolae Ceaușescu, presidente de Rumania y secretario general del Partido Comunista, se encontraba de visita oficial en Corea del Norte.
Ceaușescu quedó gratamente sorprendido por el grado de movilización ideológica que caracterizaba al régimen norcoreano, por lo que a su regreso decidió implementar parte de lo que vio.
Unos años después, en 1974, la sistematización se hizo realidad en Rumania, un programa de planificación urbana que consistía en gran medida en la demolición y posterior reconstrucción de aldeas, pueblos y ciudades (total o parcialmente) con el propósito de convertir al país en una “sociedad socialista multilateralmente desarrollada”.
Fue un cambio muy violento en un país plagado de cierta tradición rural que chocaba directamente con el nuevo punto de vista arquitectónico. De repente, cientos de pueblos debían convertirse en centros urbanos industriales a través de la inversión en escuelas, clínicas, viviendas e industria.
Como parte de este plan, las pequeñas aldeas (con poblaciones inferiores a los 1.000 habitantes) fueron consideradas como “irracionales”, y seleccionadas para la reducción de sus servicios públicos o la evacuación forzosa de sus respectivas poblaciones, antes de la eventual destrucción física de las mismas.
Incluso con frecuencia, tales medidas fueron extendidas a pueblos mucho mayores, siempre con el propósito de urbanizarlos mediante la demolición de algunos de los edificios más viejos y su reemplazo por modernos edificios obloques de apartamentos de varios pisos.
Bajo este contexto, volvemos a la ciudad de Alba Iulia en 1987. Parecía claro que los gobernadores no se iban a echar atrás con el programa del bulevar por culpa de un edificio que formaba parte del pasado. Ceausescu, todavía líder de Rumania, había convertido en afición cambiar las calles. Literalmente, llevaba años por las ciudades decidiendo si esta u otra estructura debería ser eliminada o demolida.
¿Solución con el complejo que les molestaba? Dividirlo en dos mitades y mover una de ellas para dejar paso al bulevar.
Para elevar una estructura completa generalmente se une un armazón de acero temporal debajo de la estructura que pueda soportarla. Luego, una red de gatos hidráulicos se colocan debajo de la estructura, a su vez controlada por un sistema de elevación unificado que la eleva desde la base.
También existe un método más antiguo a través de gatos de construcción llamados gatos de tornillo que se giran manualmente, aunque en este caso era demasiado costoso.
De cualquier forma, con estos dos tipos de sistemas de elevación las vigas de madera se apilan para soportar tanto la estructura como los gatos a medida de forma que la estructura se levanta poco a poco.
Una vez que está a una altura lo suficientemente alta, se coloca un sistema hidráulico debajo para apoyar los movimientos hacia el destino final. Una vez finalizado, la estructura se reduce invirtiendo los pasos que se acaban de aplicar.
Y lo increíble de esta historia es que todo ello lo lograron en tan solo 5 horas y 40 minutos, tiempo en el que cavaron por debajo del edificio, añadieron unos raíles y ruedas y movieron las 7.600 toneladas de cemento a 55 metros de distancia. Los ahora 2 edificios separados se encontraban en un ángulo inclinado de 33 grados.
Por cierto, un detalle que lo hizo aún más épico, todo ello lo lograron con los residentes en el interior del edificio. Incluso una mujer que no lo vio muy claro decidió colocar un vaso de agua en el borde de su balcón. No derramó ni una sola gota en la “mudanza”. [Wikipedia, HistoryDaily]
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