Envases de madera y hojalata y venta a granel: una tienda de conservas hacia 1960. |
Parece que va en serio: la Unión Europea se ha propuesto erradicar o al menos limitar muy seriamente el uso del plástico desechable. Desde luego eso va a afectar a nuestras vidas, en concreto a la manera en que llevamos los alimentos y otros artículos de uso corriente a casa. Ahora mismo, cada vez que hacemos la compra reunimos una montaña de envases, bolsas y bandejas de plástico desechables sobre la mesa de la cocina, que a continuación enviamos al cubo amarillo. Es evidente que eso va a cambiar. ¿Cómo nos vamos a arreglar?
Evidentemente, la tecnología acudirá en nuestra ayuda. Podemos sustituir el plástico por otros materiales (cartón, tela, madera) o fabricar plásticos que se deshagan en el medio ambiente sin peligro (los bioplásticos compostables), o utilizar envases retornables, así como llevar nuestros propios recipientes para que nos lo rellenen en la tienda. Hay muchas posibilidades. Pero también nos vendría bien alguna experiencia práctica.
Esa experiencia existe, pero sesenta años más atrás. Retrocedamos al año 1958: ¿cómo se las apañaba el personal para llevar la compra a casa? En 1958 los plásticos eran todavía una novedad, usada en tejidos como el tergal o en muebles como la formica, pero no se conocían todavía las bolsas ni los envases desechables de material plástico.
Una serie de materiales y artilugios suplían al plástico. Para empezar, se hacía mucho uso del papel, principalmente de periódico o de estraza. Con papel se hacían cucuruchos que cumplían la función de las actuales bolsas de plástico. Para materiales muy húmedos o grasientos, se usaba (y se usa todavía) papel encerado. Las bolsas de plástico, el film plástico o de aluminio, las bandejas de poliespán, las cajas y blísteres de plástico, etc. sustituyeron a diferentes formas de envolver lo que comprábamos con diferentes tipos de papel y cartón.
Los huevos tenían su solución especial. No era posible echarlos a la bolsa común sin peligro de rotura, pero eso se resolvía con un invento genial, la huevera plegable, una cesta de alambres que apenas ocupaba espacio. Otro artefacto que se usaba mucho en la era preplástica era el embudo: la gente llevaba tarros y botellas vacíos a la tienda para que se los llenaran de leche, vino u otros líquidos.
Yogures, queso fresco, toda clase de lácteos (de los que no había tanta variedad de sabores estrambóticos como ahora) se vendían en botellas y tarros de cristal. La mantequilla se envasaba en simples cajas de cartón (como algunas marcas todavía hacen). En general, la función que ahora hace el plástico o el brick (que también contiene plástico) la hacían entonces los envases de vidrio, la mayoría rigurosamente retornables e incluso rellenables in situ, variedad de papeles fuertes, saquitos de tela, cajas de madera y por supuesto latas y cajas de hojalata, que si no eran retornables solían ser coleccionables.
En un mundo así, más parco que el actual (las cartillas de racionamiento se eliminaron en España solo cinco años antes, en 1953) cada persona producía al día una media de entre un cuarto y medio kilo de basura, compuesta en su mayoría por materia orgánica incomestible (huesos, raspas, mondas y tronchos de verduras), ceniza de las llamadas cocinas económicas, trapos, botellas y latas vacías.
Las primeras bolsas de plástico se repartieron en ferias y eventos hacia 1960, junto con abanicos de cartón y otra parafernalia festiva, como una curiosidad más. Una década después una potente industria petroquímica comenzaba a inundar España de materiales plásticos desechables. Ahora, en 2018, la alarma por la contaminación por plásticos está obligando a los gobiernos a cambiar de rumbo.
Cobrar por las bolsas de plástico efímeras fue muy importante para reducir a la mitad su número en pocos años. Ahora el objetivo está claro: un mundo sin plásticos desechables, lo que quiere decir, por ejemplo, un mundo donde los peces y mariscos no lleven partículas de plástico en su interior. La tecnología está trabajando duro en este asunto, pero no nos vendría mal también investigar con detalle la manera en que se apañaban en 1958.
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