viernes, 17 de abril de 2015

La otra cara de Punta Cana, a 50 km del paraíso

Las motoconchos se agolpan a las puertas de los complejos turísticos. Tomar una motoconcho quizás no sea la opción más segura para moverse por República Dominicana pero sí es la más barata. Recorrer los cinco kilómetros que separan mi hotel de la estación de autobuses cuesta 100 pesos dominicanos (unos dos euros). Eso incluye una buena propina para el chófer (motoconcho viene de “moto con chó-fer”). Voy a Higüey, capital de La Altagracia, la provincia en la que se encuentra Punta Cana, una de las áreas con mayor inversión y retorno turístico del mundo.
El Aeropuerto Internacional de Punta Cana recibe cerca de 7 millones de pasajeros al año, lo que supone más del 65% del tráfico aéreo del país. Según la previsión de sus gestores (se trata de una infraestructura de titularidad privada propiedad del magnate Frank Rainieri), el objetivo es, a corto plazo, llegar a los 10. La zona de la costa es un paraíso para el recreo occidental. La imagen es la de un turista despreocupado, alojado en un hotel de “todo incluido”, con actividades programadas, fiestas, y mucha, mucha comida y bebida. Pero a 50 kilómetros de la costa la realidad es bastante diferente.
Llevo semanas buscando información sobre Higüey. Google apenas devuelve resultados interesantes. La mayoría de los medios de comunicación locales se nutren de información sobre sucesos: “Joven mata otro de varias puñaladas en medio de riña” (sic), “Clausuran 11 centros de expendio de bebidas alcohólicas”, “Accidente deja un muerto y 11 personas heridas en Higüey”. Los accidentes de tráfico son recurrentes. Lo recuerdo montado en la motoconcho y me agarro con más fuerza al vehículo.
Higüey
¿Higüey?, ¿y qué se te ha perdido a ti en Higüey?, me pregunta el chófer (“chofer”, con la fuerza en la e en el acento local). Le cuento que he quedado con unos amigos allí. Le importa poco, y en apenas dos minutos ya me ha ofrecido marihuana, cocaína y putas.
- No, gracias.
- ¿Seguro? Mira que yo te puedo conseguir una niñita de 14 años.
- Eso es delito.
¿Cómo que delito? 
- En España acostarse con una menor es un delito, muy grave. Ofrecerla, también.
- Ah, sí, sí, —admite, para de inmediato insistir— pero tienes que probar, son las más fogosas.
Me dice que en República Dominicana todo es cuestión de dinero. Me explica qué son las “chapiadoras”. Chapeador es la persona que limpia la tierra de maleza antes del cultivo, chapiadora ahora se utiliza coloquialmente para referirse a la mujer que, sin ser prostituta, mantiene relaciones sexuales con un hombre a cambio de dinero. Aquí todo es cuestión de dinero, repite. Le recrimino la actitud, pero él me argumenta su réplica: Chico, esta es la imagen que vendemos, y esta es la imagen que quieren los turistas. Punta Cana se anuncia como una muchacha hermosa sobre playas de arena blanca, dice.
Es cierto, esta es la imagen que muchos turistas tienen de República Dominicana. Es, también, la imagen que muchos dominicanos quieren dar.

UN CAOS URBANO

La guagua se toma más de una hora en recorrer los 50 kilómetros que separan Punta Cana de Higüey. La carretera es mala, y aunque parece que viajamos por encima de los 100 kilómetros por hora, lo cierto es que apenas llegaremos a los 60 en los mejores tramos. He quedado con Jefte Ventura en la puerta de la catedral de Higüey. Jefte pertenece a ‘Jóvenes empoderados por un Higüey mejor‘, una organización independiente que lucha por visibilizar las carencias de su ciudad y denunciar la corrupción política y económica de la provincia.
Contacté con Jefte por Facebook algunas semanas antes de salir de España. Durante ese tiempo, a través de mensajes de audio en WhatsApp, me ha explicado el germen de lo que puede considerarse el “movimiento indignado” de República Dominicana.
Higüey
La basílica de Nuestra Señora de La Altagracia es una construcción majestuosa. Opulenta. Se alza hacia el cielo desde el centro de la ciudad. La sobriedad del hormigón contrasta con lo ambicioso de su planta. Se encuentra en una zona privilegiada. Aquí hay seguridad y un cuidado jardín la rodea. Ninguna de las dos circunstancias se reproduce en el resto de la población.
El tráfico de Higüey es caótico. Los semáforos dan igual. Casi todos los vehículos que recorren sus calles son motocicletas. Es más barato, explica Jefte. El combustible tiene precios elevados, entre 90 y 150 pesos el galón(entre 0,48 y 0,81 euros por litro). Se trata de una ciudad donde la picaresca es tal que no es raro encontrar clavos tirados en el suelo en cada cruce. Los colocan los “gomeros”, talleres de reparación de ruedas. Poner parches, a un dólar, es un negocio rentable en Higüey.
La basura se acumula por todos los ángulos.Huele a combustión. Hay demasiada gente para un espacio tan pequeño. Esa es la primera impresión.Nos movemos, cómo no, en moto. Mientras me lleva de un lado a otro, Jefte me explica las razones que les llevaron a crear la asociación. Higüey es una ciudad de 200 mil habitantesNo es un lugar turístico (de eso me doy cuenta por cómo miran al blanco), pero la mayoría de sus habitantes trabajan, de forma directa o indirecta, para el turismo de Punta Cana. Aquí nadie muere de hambre, pero la escasez y las lamentables condiciones de vida son evidentes.
Higüey

CORRUPCIÓN PROFESIONALIZADA

A poco más de 50 kilómetros al sur de Higüey, en la localidad de La Romana, se encuentra el complejo hotelero de lujo Casa de Campo. Posee uno de los considerados 25 mejores campos de golf del mundo y, a nivel internacional, la urbanización es conocida por sus célebres vecinos. El cantante español Julio Iglesias, el modisto Óscar de la Renta, la colombiana Shakira, la familiaKardashian (que ha rodado allí algún capítulo de su reality show para la televisión estadounidense), el futbolistaCristiano Ronaldo y el actor Vin Dieselson algunos de los famosos que tienen o han tenido una segunda residencia en el ‘resort’.
En Higüey el lujo se ve por televisión, y eso cuando hay luz. La electricidad se corta durante unas seis u ocho horas muchos días. Los generadores no soportan el clima, que oscilaentre los 20 y 30 grados de temperatura durante todo el año. Aquí no hay sistema de alcantarillado, las aguas residuales corren por los márgenes rebajados de sus calles. Tampoco hay infraestructuras públicas, y las que hay son una mera representación.
Higüey
Muy cerca del ayuntamiento está la biblioteca pública de la ciudad. Pura fachada. Dentro, entre filas de estanterías vacías, se encuentran algunos tomos antiguos que van desde libros escolares desactualizados a tratados médicos especializados. La biblioteca es atendida por un joven. ¿Viene mucha gente a por libros?, pregunto. Me mira y se ríe. Según el registro público de la ciudad, la biblioteca tiene ocho empleados. Muchos días, me informa Jefte, ni siquiera abre sus puertas.
Higüey
Higüey
En octubre de 2014, ‘Jóvenes empoderados por un Higüey mejor’ hizo pública una denuncia que apuntaba directamente a la alcaldesa de la localidad y a su padre, senador de la provincia. Según el informe adjunto (en el que aparecen detalladas todas las acusaciones y que puede leerse aquí), entre 2011 y 2013el ayuntamiento de Higüey registró un gasto de 73,8 millones de pesos (más de 1,5 millones de euros) en combustible. Esto son unos 2 millones de pesos de gasoil y gasolina al mes, que se adquirían en una compañía propiedad de Amable Aristy Castro, senador (y por tanto, impedido para vender al Estado conforme a la ley) y padre de la actual alcaldesa de la ciudad.
Aristy es conocido en la calle como “el cacique de Higüey”. Se dice, además, que su hija es un mero “pelele” en sus manos. Ella ni siquiera vive allí, su residencia está en Casa de Campo, que además pertenece a otra provincia, me explican varios vecinos. Con independencia de todas las acusaciones de cohecho y malversación que el político ha recibido, su nombre luce en varios negocios de la ciudad, como estaciones de servicio y varios concesionarios de coches. PeroAristy nunca ha sido condenado por ninguna actividad y en 2008 llegó a presentarse a las elecciones presidenciales del país.
Es un hecho que aquí la perversión del sistema se extiende desde el menudeo más bajo hasta las altas esferas políticas. La organización deTransparencia Internacional prepara y publica todos los años el Índice de Percepción de la Corrupción (IPC). En el último, el de 2014, República Dominicana obtuvo 32 puntos, siendo cero puntos equivalente al más alto nivel de corrupción y 100 un nivel mínimo. Ocupa la posición 115 en el ranking de los 174 países evaluados. España, con 60 puntos, estaría en el puesto 37 del mismo listado.
Como afirma la periodista dominicana Lissette Rojas, en República Dominicanala política «es el más rentable de todos los negocios y el de menor riesgo». La organización Alianza Dominicana contra la Corrupción (ADOCCO) lucha desde 1997 contra esta lacra. En la actualidad tiene decenas de casos abiertos.
Higüey

UN PAÍS DE CLASES

El actual mercado municipal de Higüey se inauguró en 1970. Por aquel entonces la ciudad tenía unos 25.000 habitantes y Punta Cana no existía como tal. Frank Rainieri sería el responsable de rebautizar aquel trozo de selva con playas inaccesibles sobre el que ahora se asientan los hoteles. Pensó que el nombre original de Punta Borrachón era poco comercial, ha explicado en varias entrevistas. Hoy en día poco queda del relativo esplendor que el mercado tuvo en su época más temprana. Los puestos de alimentación se agolpan en estrechos pasillos llenos de lodo, por los que perros callejeros y ratas se mueven a discreción.
República Dominicana vive en el contraste de ser, por un lado, una de las economías latinoamericanas con mayor crecimiento (entre 1991 y 2013 el PIB subió en torno a un 5,5%) y, por otro, una de las que más desigualdad ha mantenido. Un tercio de la población dominicana se encuentra por debajo del índice de pobreza establecido por la ONU. El 10% de los más ricos acumulan 40 veces el patrimonio del 10% más pobre y el 20% de la población concentra el 50% de la riqueza, según datos de la ONG Oxfam. La renta per cápita fue de 4.428 euros en 2013. En España, en ese mismo periodo, fue de 22.300 euros.
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La mezcla de olores de las especias no es capaz de disimular el hedor que desprenden los puestos de carne del mercado. En ellos, los animales muertos se exhiben enteros o en partes, rodeados de moscas. La temperatura es de 30 grados, pica un sol de justicia y bastan unos minutos para que el ambiente se torne asfixiante. ¿Y esas cabezas? ¿Se compran? ¿Se comen?, pregunto a uno de los tenderos. Claro, responde consciente de que no voy a llevarme nada. Las cabezas de vaca se agolpan a nuestros pies. Parece una broma del desafortunado azar, pero en ese preciso momento una perra se agacha para orinar justo al lado del puesto.
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LA INMIGRACIÓN HAITIANA

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Nalah tiene los ojos grandes, enormes. Su piel es oscura. Es haitiana. De un solo vistazo es fácil distinguir a los dominicanos de los haitianos. Los primeros son más claros, tienen los rasgos menos duros, menos definidos. Los segundos tienen una mirada más triste.
Nalah está sentada en la puerta de su casa. Al principio no repara en que le estoy haciendo fotos. Cuando se da cuenta, me mira seria, con algo de miedo. Sonrío y la saludo con la mano. Hola. Ella responde agitando la suya. ¿Vives aquí? No me comprende. ¿Cómo te llamas? Nalah, eso entiendo cuando contesta con timidez. ¿Y tus padres? Hace un gesto vago señalando al interior de la casa.
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Entre nosotros, decenas de gallinas cacarean con frenesí. El olor ácido de los excrementos de los pollos es insoportable. Uno se acaba acostumbrando, apunta un empleado de la pollería. Nalah representa otra de las realidades de Higüey, la de la inmigración. Sus padres trabajan en la trastienda y viven en pequeñas casas junto al lugar donde se cría y se sacrifica a los animales. Cobran 10.000 pesos mensuales (205 euros), algo más que el salario mínimo.Tienen ‘suerte’.
La situación general de la inmigración haitiana es bastante peor y se remonta casi hasta los orígenes de ambas naciones. Los cálculos del Gobierno de Santo Domingo cifran en cerca de un millón el número de haitianos que se han desplazado para trabajar en la república, pero solo cuenta a quienes se encuentran en situación controlada. Las cifras reales son muy difíciles de calcular.
Hablar con cualquier dominicano sobre los haitianos requiere bastante tiempo.El conflicto, que los primeros señalan como económico, enseguida se revela social: racismo. Lo delatan las pintadas en las calles y el tono desde el que se habla de ellos. Nos quitan el poco trabajo que tenemos, ese es un argumento.No son como nosotros, viene después.
Higüey
La mayoría de los haitianos que residen en República Dominicana son mano de obra barata. Muchos se dedican a trabajos agrícolas, duros y muy mal remunerados, como la recolección de caña de azúcar. Solo en núcleos urbanos, como Higüey, realizan otrasactividades relacionadas con la venta (muchas veces ilegal) de productos en la calle o, como los padres de Nalah, están integrados en la comunidad.
El área maternoinfantil del hospital provincial Nuestra Señora de La Altagraciaestá lleno de jóvenes madres o jóvenes embarazadas. La mayoría son haitianas. Es un edificio al borde del colapso. La fachada muestra el desgaste de los años. En el interior la escena es todavía peor. Techos caídos, un ascensor que el celador no recuerda haber visto funcionando jamás, puertas partidas, escaleras rotas. En urgencias las camas se acumulan. Colchones raídos y hundidos. Los familiares sudan, no hay aire acondicionado, solo una leve brisa entra por alguna ventana.
Higüey
Higüey
Higüey
En República Dominicana existe la seguridad social, pero son pocos los dominicanos que acuden a ella. Casi todos disponen de un seguro y son atendidos en centros privados, mucho más modernos y preparados que los públicos. Estos quedan para los haitianos y los dominicanos con las peores condiciones económicas. La Comunidad del Caribe (CARICOM), organización internacional que incluye a 15 de los países de la región centroamericana, ha mostrado en varias ocasiones su preocupación por el trato que los inmigrantes haitianos reciben en República Dominicana, razón por la cual el país ha sido rechazado para incorporarse al organismo regional.

LA ESPERANZA DE LA EDUCACIÓN

«La mano oculta de la ‘cosa nostra’ es muy fuerte, en lo personal estoy pagando el precio con presiones, amenazas y más», explica Jefte. Denunciar la mala situación de la ciudad y, sobre todo, los tejemanejes de la clase políticatrae consecuencias para los representantes de ‘Jóvenes empoderados por un Higüey mejor’. Una semana después de pedir al ayuntamiento sus cuentas para elaborar el informe, Jefte Ventura fue despedido de su empleo como agrimensor y se abrió un expediente (con su nombre y cargos falsos) que no fue retirado hasta tres meses después.
El grupo está formado por 80 jóvenes, pero son seis los que dan la cara y representan a todos los demás. Son universitarios. La educación es una de las cosas que sí funcionan bien en Higüey. Hay dos centros de educación superior, la extensión de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y la Universidad Católica del Este. En total ofrecen 17 licenciaturas.
En la USAD estudian más de 5.000 alumnos y, aunque se fundó en 1966, se conserva en muy buen estado. Al acceder al campus la sensación es de haber traspasado los límites de la ciudad. Se percibe otro espíritu, otro ánimo. Le pregunto a dos alumnos si viven en la ciudad. Uno sí, el otro es de La Romana.¿Que cómo es la vida aquí? ¿Cuánto tiempo tienes?, me responde el de Higüey. Su objetivo es terminar la carrera, Administración de Empresas, y con suerte irse a EEUU. Si no, me explica, empezaré a trabajar con mi padre, él tiene una empresa de venta de materiales de construcción. La matrícula cuesta unos 1.000 pesos (25 euros) al año, una cifra baja hasta para el nivel de vida en el país caribeño.
Higüey
El Estado tiene claro que el futuro del país pasa por la educación, por eso desde hace años varias medidas se han enfocado en abaratar los costes yfacilitar el acceso de los alumnos a los estudios en todos los niveles. Muchas empresas privadas también ayudan a sus empleados conplanes especialespara pagar la educación de sus hijos.
Es un paso, pero aún queda mucho por hacer.El 12% de la población dominicana es analfabeta, según la Oficina Nacional de Estadísticas.
«Las inversiones sociales en la educación, la salud y el empleo de los jóvenespueden fundamentar una fuerte base económica, a fin de contrarrestar la transmisión de la pobreza de una generación a otra», expresó el presidente de la República Dominicana, Danilo Medina, ante la Asamblea General de la ONU en septiembre de 2012.
Aquí no se piensa en un futuro mejor, solo importa el presente, me dice el conductor del autobús cuando regreso al hotel. Me quedo con esta frase mientras observo la realidad desde la ventanilla de un vehículo cómodo y con aire acondicionado. A veces 50 kilómetros pueden suponer un mundo.
Higüey

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