Mucho intriga al hombre el comportamiento de los perros, capaces de reconocer nuestra sonrisa, percibir nuestras emociones en los gestos o el tono de la voz, e incluso sentir celos. Pero, ¿qué mecanismo se esconde detrás de ese amor cuasi idílico hacia los amos? ¿Qué nos conduce a corresponder ese afecto?
La respuesta podría estar en algo tan simple como la mirada y la oxitocina (hormona del amor que estrecha lazos entre los humanos), según un estudio publicado en el último número de la revista Science, el cual demuestra lo mucho que los canes aún tienen que enseñarnos sobre cognición y sobre nosotros mismos.
Al parecer el contacto ocular frecuente y sostenido entre los perros y sus dueños ha «atrapado» a ambas especies en un circuito neural que afianza su unión y que varía de forma sincronizada en ambos.
En otras palabras, durante el proceso de domesticación los perros han evolucionado para imitar un comportamiento, la mirada de los niños, que provocaba recompensas y mimos.
La culpa es de la oxitocina
La investigación estuvo a cargo de especialistas de la Universidad de Azabu, Japón, y fue liderada por el veterinario Takefumi Kikusui. A juicio de los expertos, los perros han logrado «apropiarse» de forma muy hábil del circuito cerebral responsable de la unión entre las personas, encargado también de despertar en los humanos actitudes de cuidado hacia la prole. Y el mediador en esta ruta es la oxitocina.
Se trata —recuerda el diario El País— de una pequeña y primitiva molécula compuesta solo por nueve aminoácidos que empezó su «carrera» en la evolución encargándose de mantener el balance adecuado de sal y agua, pero que poco a poco fue ascendiendo y se ocupó de las conductas reproductoras y maternales.
Inicialmente se producía durante el parto. Luego extendió su influencia a círculos cada vez más amplios: pareja (se libera durante el orgasmo), familia (caricias e interacción visual) y otros miembros. Y ahora parece que los canes durante su proceso de domesticación han aprendido de la relación de los humanos con sus hijos y ahora son capaces, como los niños, de leer en nuestra mirada, acotó el rotativo español.
En una habitación solitaria
Para arribar a tales conclusiones, los investigadores estudiaron el comportamiento de 30 perros y sus dueños mientras permanecían aislados durante media hora en la misma habitación. Luego registraron las veces que los dueños les hablaban, acariciaban y miraban.
Antes y después del experimento, midieron la cantidad de oxitocina en la orina, tanto de las mascotas como de los amos. Descubrieron que el aumento del contacto visual entre los perros y sus dueños había elevado los niveles de oxitocina en el cerebro de ambos.
Para corroborar los resultados, los científicos repitieron el experimento con lobos criados a biberón. En ese caso, la hormona no aumentaba.
En una tercera fase del experimento, rociaron oxitocina en el hocico de algunos perros y los introdujeron nuevamente en la habitación con su dueño y dos personas desconocidas.
Según refiere el artículo publicado en Science, se incrementó la cantidad de tiempo que miraban a sus amos. Después de 30 minutos, los niveles de oxitocina se habían incrementado también en sus dueños.
«Estos resultados respaldan la existencia de un bucle de oxitocina que se autoperpetúa en la relación entre humanos y perros, de una manera similar a como ocurre con una madre humana y su hijo», sostuvo el equipo de Kikusui.
Las implicaciones del estudio son importantes desde el punto de vista médico, afirman los investigadores. Los resultados apoyan las terapias con perros para personas con autismo o trastorno de estrés postraumático, dos patologías en las que se está empleando la oxitocina como tratamiento experimental.
Puntos débiles
Aunque los resultados del experimento han sido acogidos con entusiasmo, algunos investigadores ya han señalado puntos débiles.
Por ejemplo, curiosamente solo las hembras respondieron al ser rociadas con oxitocina, aumentando por ende la cantidad de tiempo que miraban a sus amos.
Para el equipo de Kikusui, es posible que las perras sean más sensibles a la administración intranasal de oxitocina o, incluso, que la hormona aplicada artificialmente a los machos desencadenara un mecanismo de agresividad ante la presencia de extraños.
«El estudio de Kikusui es impresionante, pero cualquier conclusión sobre la coevolución de este proceso es prematura», sentenció el húngaro József Topál, experto en comportamiento animal de la Academia de Ciencias húngara.
«No se puede excluir la hipótesis de que este bucle de oxitocina que se autoperpetúa pueda existir entre las personas y cualquier otro animal, siempre que el animal presente comportamientos afiliativos socialmente relevantes, como la tendencia de mirar a los humanos», subrayó.
El perro —dijo— es el mejor amigo del ser humano, pero podría serlo cualquier otro animal bien entrenado.
Más motivos para amarlos
Un estudio publicado en la revista Current Biology por investigadores de la Universidad de Medicina Veterinaria de Viena indica que los perros pueden distinguir entre rostros humanos felices y enojados, sin necesidad de emitir gritos, amenazas, caricias o palabras suaves.
Al parecer son capaces de reconocer el estado de ánimo de una persona, su dueño o un desconocido, solo con observar sus gestos faciales. De esta forma se convierten en el primer animal que logra discriminar entre las expresiones emocionales en otra especie, aseguran los expertos.
Otra investigación publicada en Current Biology, de la Universidad británica de Sussex, sugiere que los canes son capaces de escucharnos con una atención muy parecida a la humana. Es decir, que no solo están pendientes de las palabras, sino también de otras características del discurso, como el tono emocional.
De ahí que no sea raro ver algunos dueños que, tras un mal día, cuentan sus vicisitudes a sus mascotas, aun cuando esta no pueda comprender exactamente sus palabras.
La profesora de Psicología Christine Harris, de la Universidad de California, en San Diego, Estados Unidos, cree por su parte que los perros, como especie social, pueden sentir celos.
Para arribar a tal conclusión, 36 ejemplares fueron grabados en sus hogares con una cámara mientras sus dueños les ignoraban e interactuaban con tres objetos diferentes: un perro de peluche muy realista que ladraba y gemía, una cubeta y un libro.
Los dueños hablaban y acariciaban los objetos como si se tratasen de un perro de verdad. Emergieron reacciones como mordisquear, interponerse entre el dueño y el objeto, o empujar el objeto o al dueño, cuando los humanos se mostraban cariñosos hacia lo que parecía ser otro perro.
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