El ser vivo más alto del planeta se expande en ramas y culmina de forma piramidal, como una flecha que indica el camino al cielo. Hyperion es el nombre de la secuoya roja que más se ha alejado del suelo, con 115,55 metros de altura. Vive en el Parque Nacional de Redwood (California) y, de todo lo que ha presenciado durante casi 800 años, probablemente nada haya sido tan terrible como la devastación que durante casi un siglo perpetraron forasteros hambrientos de oro y madera, cargados de hachas y sierras. Los suyos, mientras, iban cayendo en pos de servir a los humanos que los convertían en sillas o simplemente los quemaban.
Un día del verano de 2006, dos hombres que caminaban por el bosque se aproximaron a Hyperion y, mirando hacia arriba, lo contemplaron anonadados. Acababan de descubrir el ser vivo más alto del mundo y ni siquiera tenían interés alguno en destrozarlo. Le bautizaron con un nombre que literalmente significa ‘el que vive en las alturas’. Desde entonces, guardan su secreto. El resto del mundo sabe aproximadamente dónde está, pero no conoce su localización exacta.
Las secuoyas son muy resistentes al fuego, a los insectos y no se pudren fácilmente. Pero sucumben a la avaricia humana. En el siglo XIX y hasta mediados del XX, miles de leñadores redujeron la población de secuoyas al 5%. Los aliados del hombre para que no llegasen a superar los 120 metros a los que estaban destinadas fueron los pájaros carpinteros, que ya se habían encargado de que no llegasen a desarrollar todo su potencial, impidiendo que creciesen varios centímetros más.
Solo hay una estatua que supera en altura a la secuoya, un árbol que saca varias cabezas a la estatua de la Libertad de Nueva York. El descomunal Buda del Templo de Primavera (China) apenas mide 30 metros más de lo que puede alcanzar una secuoya.
El 1850 se descubrió oro en el mismo lugar en el que vivían estos árboles. Alguien corrió la voz. Hordas de hombres se trasladaron a California en busca de riqueza y acabaron con los árboles más colosales. La fiebre del oro se convirtió en la fiebre de todo y arrasar se transformó en norma.
No es posible hablar de los leñadores de secuoyas que se trasladaron a California sin mencionar cómo surgieron ciudades enteras fundadas a base de avaricia en la costa oeste norteamericana.
En Los sótanos del mundo, un viaje por los lugares más profundos de cada continente, el periodista Ander Izaguirre explica que «quienes llegaban desde Coloma aseguraban que había montañas de oro, que el aire estaba tan impregnado de polvo aurífero que bastaba cepillarse el abrigo para hacerse rico. El sueldo mensual rondaba los siete dólares y se decía que en Coloma algunos buscadores habían reunido ocho mil dólares en un solo día. Todos corrieron a la sierra, y los pueblos de California se vaciaron».
Pero la alegría no duró mucho tiempo y la naturaleza se vengó de los excesos de aquellos hombres, que acabaron arruinados. La debacle comenzó en el mismo lugar que el daño: «Fue un espejismo. Primero se abatieron las desgracias naturales: como habían talado bosques enteros para construir cabañas, las riadas de invierno produjeron deslizamientos de tierra que sepultaron campamentos enteros», escribe Izagirre.
Paul Bunyan es un leñador gigante creado por el periodista James MacGillivray. Aunque se trata de un personaje ficticio, varias ciudades estadounidenses todavía se disputan su origen con orgullo un siglo después de su primera aparición. El reportero se dedicó a recoger historias reales de leñadores de California en las que basó las fábulas de Bunyan, quien pasó a convertirse en protagonista de los anuncios de Red River Lumber Company. Todavía hoy aparece en cuentos infantiles y, cómo no, tuvo su cameo en Los Simpson.
Siempre representado con su mascota, un búfalo azul, es un símbolo de fuerza, virilidad y magnitud. Paul Bunyan se convirtió en una unidad de medida, prácticamente. El queso más grande del mundo y el cigarro más grande del mundo adoptaron su nombre, según escribió Richard M. Dorson en ‘Western Folclore’.
Dutch Dake y yo habíamos escogido el árbol más grande que encontramos, y nos habíamos puesto a cortar durante tres días con nuestra gran sierra, que tenía tres hojas, con más de treinta pies de dientes. Nos iba estupendamente cuando, al cuarto día, llegó la hora del almuerzo y decidimos ir a comer a la solana. Así que cogimos nuestra manduca y rodeamos el árbol. No habíamos ido muy lejos cuando oímos un ruido. Que me aspen si no eran Bill Carter y Sailor Jack serrando el mismo árbol. Al principio parecía una lucha, pero acordamos que cada uno cortaría desde su lado y nos encontraríamos al séptimo día.
Este fragmento de The Round River Drive, publicado en News Tribunede Detroit en 1910, da una idea de la magnitud de las secuoyas y del ansia por destruirlas. Además de su colosal altura, estos árboles llegan a alcanzar unos once metros de diámetro y, en el caso de Hyperion, 530 metros cúbicos de volumen. Otro tipo de secuoyas que no alcanza a las rojas en tamaño, las supera en diámetro y pueden llegar a los 1500 metros cúbicos de madera.
Aunque Paul Bunyan es un personaje ficticio, representa fielmente a aquellos hombres que destrozaron bosques enteros y para los que fotografiarse con el árbol gigante recién caído se convirtió en un hábito para aparentar que venía a decir: «Mira lo que he conseguido con mis manos, mi fuerza y una sierra».
El fotógrafo sueco A. W. Ericson llegó a California en 1869 para trabajar como leñador y regentar una tienda. En dos décadas consiguió dedicarse íntegramente a la fotografía y pudo capturar la imagen de varios de estos hombres junto al árbol caído que, a pesar del agotamiento, muestran amplias sonrisas. Muchos de esos hombres, arruinados porque nunca encontraron el oro prometido, se vieron obligados a plantar nuevos árboles que les garantizasen avanzar en la construcción de las ciudades que estaban brotando a raíz de la enfermiza búsqueda del oro.
El fin de la tala masiva de secuoyas comenzó gracias a la difusión de las fotos de Ericson, que hoy pertenecen a la Universidad Estatal de Humboldt. En 1918 se fundó Save the Redwoods, aunque el bosque no se convirtió en parque nacional hasta 1968.
Quedan secuoyas en la costa californiana, aunque de 8100 kilómetros cuadrados solo quedan 514 y los ejemplares más altos se ubican en localizaciones desconocidas. Solo así podrán seguir siendo los seres más altos del mundo. Y también los más longevos, ya que pueden llegar a vivir hasta 3.000 años.
Mientras, Hyperion sigue creciendo un par de centímetros cada año, aunque su vejez ha comenzado a aminorar el ritmo de su crecimiento.
YorokObu