miércoles, 31 de agosto de 2016

Por qué respetar la observación y (auto)aprendizaje de los niños sin interrumpir sus procesos

Hoy en día muchas madres y padres tenemos claro que no queremos “embutir” a nuestros hijos de conocimientos, que no queremos que tengan deberes o que pasen largas horas estudiando a través de libros en la escuela.
Salimos con los peques a espacios naturales, al campo, al mar… esperando que el aprendizaje sea más vivencial. Que la naturaleza que ven les genere preguntas y sed de aprender.
Y ahí estamos, al acecho, buscando la más mínima oportunidad para compartir conocimiento y metérselo en la cabeza. A menudo un niño pequeño está observando una flor detenidamente y de golpe se acerca un adulto (padre, madre o educador) explicando las partes de la flor, o de que especie es o la época del año en que florece… Y es posible que acabemos de romper un momento único en el que ese pequeño estaba disfrutando de la experiencia, quizás en un estado semi-meditativo o estaba recordando algo relacionado con la flor… no sabemos lo que pasaba por su cabecita.
Respetar esas pequeñas observaciones de los niños sin interrumpir impartiendo conocimiento o intentando generar una expectación aún superior de la que ya tiene el niño es primordial. Los pequeños se maravillan de su entorno constantemente. Quizás sería mejor no interrumpir, porque esos momentos únicos y tan importantes se esfuman. Se acaba perdiendo también, así, la capacidad de los seres humanos de sorprenderse y admirar el entorno, el arte…

¿No os ha pasado nunca que os quedáis maravillados ante un paisaje exuberante del que no conocéis ningún nombre de planta pero que os invita a relajaros y a sentiros felices sin más?
¿Y qué os parece si llega otro adulto y os empieza a indicar el nombre científico de cada planta? ¿O las partes que tiene? Pues se rompe la magia del momento, ¿verdad?
Lo mismo sucede con los niños.
Pero es que además los niños son pequeños e inocentes, pero no tontos. Se dan cuenta de sobras que estamos intentando enseñarles algo. Pueden acabar aborreciendo las salidas al medio natural (o el aprendizaje en sí) si constantemente las convertimos en “salidas educativas”.
¿Y POR QUÉ QUEREMOS ENSEÑAR SIEMPRE A LOS NIÑOS?
Creo que una razón puede ser que tenemos muy interiorizado el binomio “educación-aburrimiento”, algo que quizás proviene desde nuestra propia experiencia, e intentamos aprovechar las ocasiones más lúdicas para meter baza y enseñar cosas de forma amena. Peroaprender es divertido en sí mismo si la motivación es real y propia.
Otra razón es que aunque queramos creerlo… en el fondo pensamos que si no enseñamos cosas a los niños jamás las aprenderán. Pero eso no es así. Los niños están aprendiendo constantemente. También los adultos lo hacemos. La experiencia no es sólo una gran maestra sino una generadora de inquietudes. Dejemos que los niños tengan muchas experiencias y después apoyemos las distintas inquietudes que puedan surgir de ahí. Así es como esos niños tendrán aprendizajes reales, que perdurarán.
Cuando hablamos de la importancia del aprendizaje vivencial no significa que haya que aprovechar cualquier vivencia del niño para enseñarle algo. No se trata de eso. Aprender a través de la experiencia no es lo mismo que aprovechar las experiencias para educar o enseñar. La diferencia gramatical es sutil pero son conceptos muy distintos. En la primera es el niño el que observa, quien extrae las conclusiones y quien dirige su aprendizaje. En la segunda es el adulto el que transmite ese conocimiento (de forma lineal y única, por lo general).
aprendizaje vivencial
Por supuesto, no estoy diciendo que un adulto jamás deba enseñar nada. Pero sí que antes de enseñar pensemos en qué experiencia está viviendo el niño en ese momento. Quizás es más importante dejarle espacio y tiempo para que la viva y aprenda de ella que no imponer siempre el conocimiento, aunque sea disfrazado detrás de una “experiencia” del niño.
Quizás, se me ocurre también, los adultos podríamos aprender de esa capacidad de observación de los niños y cultivar la nuestra propia, para darnos cuenta cuando es adecuado compartir el conocimiento o hacerles preguntas o, mejor aún, esperar a que ellos nos pregunten.
Si de verdad nos preocupa que aprendan, creo que como padres y educadores hemos de ofrecer entornos estimulantes, ofrecerles oportunidades para detenerse y observar… y su propia curiosidad les llevará a trazar un camino de aprendizaje.
Un abrazo,

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