miércoles, 28 de enero de 2015

El guardián de las tortugas caná

Colombia, en una isla remota las tortugas en peligro de extinción tienen un incansable protector 

Feliciano examina uno de los nidos artificiales. La malla sirve de identificación
El latido del perro hace que su figura morena sobresalga por entre las matas detrás del vivero.

Feliciano lleva cuatro meses de ‘encierro’ voluntario y le falta uno. No es una promesa a ningún santo ni el aporte personal para que lo favorezca la fortuna.

La razón está en esa especie de corral de unos cinco metros por 15, en donde se protege el futuro de una enorme tortuga.

Cuida el vivero, como le llaman al sitio donde llevan los huevos de la tortuga caná para que estén a salvo de depredadores y eclosionen felizmente dos meses después.

Feliciano Chaverra es uno de los guardianes de las tortugas, miembro del Grupo de Investigadores Locales de Acandí (Gila), que en silencio hace 19 años trabaja por la preservación de las tortugas caná (Dermochelys coriacea ), una especie en estado crítico de acuerdo con la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.

El vivero está en el kilómetro 1 de la extensa playa de La Playona, 12 kilómetros de litoral caribe a 20 minutos en lancha desde Acandí, base del propuesto Santuario de Fauna Acandí- Playón-Playona.

La vivienda parece parte del paisaje, camuflada entre palmeras y árboles. Al fondo, la loma de Caleta.

"Esta temporada contamos cerca de 300 tortugas", dice al preguntársele por los cuatro nidos que quedan. Fueron muchas en relación con años pasados donde se tuvo un mínimo de 60 en 2009.

Las caná desovan en Playona entre marzo y junio más o menos. Pone dos veces. Llega a la playa en la noche, se adentra en la arena y donde no llegan las suaves olas abre con sus aletas traseras un hueco en el cual se va clavando. No se gasta afán. Tampoco podría.

Cuando tiene unos 60 centímetros, comienza a poner los huevos. Abajo van los fértiles, arriba los infértiles que sirven de alimento y humedad para los otros.

Como lo abrió, cierra. Da una vuelta para despistar posibles seguidores que van tras sus huellas, y retorna al mar.

No se aleja más de tres kilómetros y a los pocos días vuelve a una segunda postura, tras la cual emigra hacia aguas tropicales cálidas o hasta mares subárticos. Dicen que volverá en dos años. 

"Este año han salido más de 7.000 tortuguitas", indica Feliciano. Y aunque el número parece elevado, no lo es: el nivel de supervivencia no es muy alto y pocas llegan a la edad adulta.

La tranquilidad se amañó tanto en esta playa que apenas el rumor del mar y algún chillido de animal en la selva de atrás son los únicos sonidos.

"No me puedo ir hasta que salga el último nido", explica.

Los huevos fueron muy perseguidos en el pasado por lugareños y turistas. Además los nidos escarbados por los perros y animales salvajes.

De ahí surgió la necesidad de establecer viveros. Son dos. El otro está en el kilómetro tres, donde el "Mello".

Cuando es temporada, los miembros del grupo vigilan la playa. Cuando llega una tortuga a desovar, ponen una bolsa debajo de la cloaca para recoger los huevos.

En el mismo orden son depositados en los nidos artificiales en el vivero y cubiertos.

Eclosionan hacia los 60 a 65 días. Depende de la temperatura. "Si es alta, salen a los 55- 60; sino, tardan más".

La temperatura, también, determina el sexo: si es más alta saldrán hembras.

Cuando hay demoras, abren los nidos para ayudar a las canaítas a salir. A todas las transportan unos 10, 15 metros mar adentro para que inicien su vida marina.

Cuando nacen las cuentan, toman la hora y la fecha para el registro. Un documento de Parques Nacionales Naturales para justificar la creación del Santuario que cita datos del Gila indica que en 2010 nacieron 2.945 tortugas, frente a 846 de 2011.

La caná es la tortuga marina más grande que nada a mayor profundidad. Es la única representante de la familia Dermochelyidae.

No posee caparazón duro sino un mosaico de piezas poligonales osteodérmicas sobrepuestas en una matriz de material cartilaginoso y tejido aceitoso dérmico, según descripción del experto costarricense Didiher Chacón.

En la playa también desovan las carey.

El encierro voluntario lo hacen por amor a la especie. Son tantos años que ahora no importa, aunque duela, la falta de apoyo. "Antes teníamos más". 

Ese compromiso lo demuestran en Semana Santa, cuando llegan muchos turistas a ver las tortugas y se les debe instruir sobre cómo observarlas y no interferir con ellas, aparte de concientizarlos sobre su cuidado.

Hace años, cuenta, las marcaban, práctica común para registros científicos pero hoy no hay proyectos que respalden. Así se podía ver en qué otras playas habían estado en otros años y conocer su migración.

En el vivero del "Mello’ las tortugas eclosionaron antes. No queda ninguno. Está vacío a la espera de la próxima temporada de animación.

Muchas mueren en redes en el océano. Cerca a la costa es seria la amenaza. Por eso el Santuario será marino, para evitar que la pesca con redes, hoy común incluso entre los nativos, las atrape.

¿Qué sería de ellas sin los guardianes de Acandí? Difícil responder, pero los dos viveros hablan por sí solos.

Feliciano es uno de los guardianes de las caná y aunque se lamenta de la falta de apoyo, está convencido de lo que hace. 

La playa está sola. Las caná ya se fueron. Buen trabajo.

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