He tenido el placer de salir con todo tipo de hombres en mi vida: altos, bajos, gordos, delgados, buenorros, feos, guapos, monos… y listos, eso siempre, muy muy muy listos (una que es sapiosexual y el tema del coco me pone a mil). Cuando he salido con hombres altos me he sentido monísima, protegida y con ganas de cantar aquello de ‘Quisiera ser tan alta como laaaaa Luna ay ay!’ cada vez que tenía que dar un beso, un abrazo o una bofetón (que sí que sí, que los altos también te hacen enfadar). Con bajitos me he sentido un poco madre pero al final se te olvida porque en horizontal te da igual 1,50 que 1,90. Con gordos te sientes como en casa, nadie te mira por la calle porque es lo socialmente establecido: los gordos con los gordos, los delgados con los delgados, los guapos con los guapos y los feos con los feos, ¿no?
Pero ¿qué pasa cuándo te enamoras de alguien a quien doblas en peso y en volumen? La cosa se pone chunga amichis, porque parece ser que es el pecado capital número 8 que nunca sale en los libros ni en las pelis porque es tan terrorífico que no quieren que a la gente se le pase por la cabeza la posibilidad de ponerlo en práctica. Vaya drama todo. Te pillas del hombre más maravilloso del mundo y resulta que pesa 40 kilos menos que tú. En una primera cita le vas mirando de arriba a abajo, pensando en lo que tu familia y tus amigos no van a decirte (o sí) pero sí van a pensar:
1. Puedes chafarle. Ya titis y también puede caerle una maceta de un noveno y causarle algo más grave que mis 100Kg cuando hacemos la croqueta en la cama. Además, es un buen arma cuando haces guerra de cosquillas, ganas sí o sí (competitiva que es una).
2. ¿Folláis bien?. Bien dice, JAJAJAJA. Eso no es cuestión de peso, es cuestión de saber moverse, de tener una conexión maja y de los genitales (creo que las gordas lo tenemos todo igual o parecido a las demás ¿no? que alguien me resuelva esta duda porque creo que ya no puedo vivir tranquila).
3. No queda bien ir por la calle de la mano con un hombre que parece la mitad que tú. Pues bueno, este punto es un poco jodido, porque personalmente he tenido que aguantar miradas a tope por ir de la mano, por demostrar mi amor y por reír con un un hombre delgado. Qué antisistema soy, qué rebelde, que voy de la mano con mi novio por la puta calle. Pues no, parece que no puedo ir así, porque me viene un Orco de Mordor vestido con una gorra (que no sé cómo la aguanta) y un chandal sucio de los chinos, un diente de oro (eeeeh millonetis) y la mariconera al sobaco y me suelta lo de: BUAAAH, LO QUE LE FALTA A ÉL LE SOBRA A ELLA, LA GORDA Y EL FLACOOOO. Suspicaz, muy suspicaz. Sólo tengo que decir una cosa: si Sandro Rey puede predecir el futuro y tener un programa, yo puedo ir por la calle de la mano de quien me salga del toto.
4. Qué mal, no te puede pillar en brazos. A ver, seguramente a lo largo de mi vida me han pillado en brazos únicamente cuando era pequeña. Ahora, consciente de mi peso, es evidente que no quiero que me pille en brazos ni un tío de 60kg ni un tio de 100kg. Además, ¿por qué carajo me tiene que pillar en brazos?¿para cruzar la puerta en nuestra luna de miel? Ay es que me hago pis.
5. No te pongas tacones, se te verá más grandota y parecerás el hombre de la relación.
6. ¿No hay más hombres en el mundo? Pues sí, aproximadamente unos 3 600 500 000. Pero yo he decidido que el flaquito es para mí, porque tengo poder de decisión (las gordas también decidimos ak ak ak) y puedo darme el capricho de escoger el hombre con el que quiero pasar el resto de mi vida o, en su defecto, una temporadita.
WeLoverSize
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