Los coches autónomos son como los caminantes blancos, cada vez hay más gente que los ha visto y aunque tardarán en aparecer a las puertas de nuestras aldeas, acabarán llegando, y probablemente muchos lectores se encontrarán dentro de ellos en el invierno de sus vidas, sin saber exactamente cómo o por qué. Después dejaremos de conducir, no por ser ancianos seniles incapaces de llevar un auto si no porque será imposible costear un seguro que nos lo permita, tendremos el control sobre nuestro destino pero nos convertiremos en simples pasajeros. Entonces la tercera edad de varias generaciones exclamará un estruendoso "¡viva las cadenas!" en su variante "pues a mi me gusta conducir", ya que lo diremos en relación a los trayectos rutinarios que hacíamos en nuestros viejos tiempos, de ninguna manera tendrá que ver con situaciones divertidas que nunca llevamos a cabo por falta de coraje, como hacer carreras en polígonos esquivando guapas mozas, dar brincos por las escalinatas de las calles de Turin o rodar por el monte aspaventando la fauna local. Será una expresión en el sentido de lo emocionante que era transitar por la autopista yendo y viniendo del trabajo, de la expectación que experimentamos en la ciudad parando de semáforo en semáforo, de las pasiones que nos despertaba el cani que se pegaba al culo o de lo entretenido que resultaba quedar atrapados en un atasco.
Muchos pobres viejos no superarán la hibridación que los transformó en parte de una maquina de tan rudimentarios propósitos y acabarán siendo despojos tirados en un rincón del coche del futuro que no harán más que lamentarse y reproducir una y otra vez insufribles relatos sobre sus relaciones con antiguos armatostes mecánicos. ¡Cambiemos de mentalidad antes de que sea demasiado tarde! El coche, la nevera o una lavadora son electrodomésticos que nos han traído felicidad, pero sacar la ropa del tambor de la lavadora no es especialmente excitante, salvo para los trastornados que se dedican a hacer reviews de cachivaches en su videoblog. Sería penoso que la felicidad que conseguimos con la máquina que limpia nuestra ropa procediera de la manipulación que llevamos a cabo para que lave, obtenerla mediante el manejo del automóvil no es mucho mejor, por lo menos no conduciendo ese coche patatero y no con el uso cotidiano que le damos. Tomar consciencia de nuestra medianía existencial en la carretera debería llevar a preguntarnos por qué se ha convertido nuestra vida en algo tan triste cómo para estimar una actividad que no por ser útil es menos tediosa. El coche autónomo vendrá a liberarnos de ese desperdicio de tiempo de vida automovilística ordinaria y aburrida que sufrimos para ocuparlo en actividades más entretenidas y productivas, como leer un libro o hacer el amor*.
Muchos pobres viejos no superarán la hibridación que los transformó en parte de una maquina de tan rudimentarios propósitos y acabarán siendo despojos tirados en un rincón del coche del futuro que no harán más que lamentarse y reproducir una y otra vez insufribles relatos sobre sus relaciones con antiguos armatostes mecánicos. ¡Cambiemos de mentalidad antes de que sea demasiado tarde! El coche, la nevera o una lavadora son electrodomésticos que nos han traído felicidad, pero sacar la ropa del tambor de la lavadora no es especialmente excitante, salvo para los trastornados que se dedican a hacer reviews de cachivaches en su videoblog. Sería penoso que la felicidad que conseguimos con la máquina que limpia nuestra ropa procediera de la manipulación que llevamos a cabo para que lave, obtenerla mediante el manejo del automóvil no es mucho mejor, por lo menos no conduciendo ese coche patatero y no con el uso cotidiano que le damos. Tomar consciencia de nuestra medianía existencial en la carretera debería llevar a preguntarnos por qué se ha convertido nuestra vida en algo tan triste cómo para estimar una actividad que no por ser útil es menos tediosa. El coche autónomo vendrá a liberarnos de ese desperdicio de tiempo de vida automovilística ordinaria y aburrida que sufrimos para ocuparlo en actividades más entretenidas y productivas, como leer un libro o hacer el amor*.
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