Un actor es el héroe existencial de Camus
porque la vida es absurda, y el hombre que
vive más vidas está en mejor situación que el
tipo que vive sólo una. Jack Nicholson
Perdonen que use un lenguaje vulgar en el titular, pero es como Hollywood lo ha conocido durante décadas. Por su estilo, su carisma, su clase y su inteligencia a la hora de escoger proyectos y directores. Estamos hablando, entre otras, de Easy Rider, Mi vida es mi vida, El último deber, Chinatown, Alguien voló sobre el nido del cuco, El resplandor, Rojos, La fuerza del cariño, El honor de los Prizzi, Mejor… imposible o A propósito de Schmidt.porque la vida es absurda, y el hombre que
vive más vidas está en mejor situación que el
tipo que vive sólo una. Jack Nicholson
Nicholson es el ejemplo de actores con un carisma que hoy es imposible de encontrar, una estrella entre el viejo y el nuevo Hollywood cuya sonrisa y arqueo de cejas son una marca, como el bigotito de Chaplin o los ojos de Liz Taylor. De esos, lo siento, ya no quedan. A sus casi 80 (los cumple en abril), Jack es uno de los supervivientes de aquel Camelot que fue el libre cine norteamericano de los 60 y 70. Tras leer el muy entretenido Jack Nicholson, la biografía, de Marc Eliot, llegas a la conclusión de que la vida de Nicholson se ha basado en cuatro patas de una sólida mesa: los amigos, las mujeres, la comida y el dinero. Y creo que en ese orden. ¿Las películas? Bueno, también, pero menos. Jack ha sido, sobre todo, un vividor.
Todo empezó, cómo no, en un cine. El joven Nicholson, de familia humilde y padre desconocido, empezó como acomodador. Allí, sesión tras sesión, estudió a las estrellas de Hollywood. Sus gestos, sus miradas, las luces con las que eran iluminadas, sus mejores perfiles. Tras este trabajo mal pagado decidió probar suerte en Los Ángeles. Allí hizo todo lo que pudo, pero no conseguía trabajo. Justo en el último momento, con el billete comprado (para regresar a la Costa Este), le llamaron por teléfono y le dijeron que estaba contratado, a jornada completa, en el Departamento de animación de la MGM. En sus estudios vio desfilar a sus estrellas y husmeó en todos los rodajes que pudo. Fue un gran aprendizaje que supo aprovechar.
Tras una prueba desastrosa en la MGM, le dijeron que lo suyo, de momento, no era la cámara. Y le aconsejaron que diese clases de dicción e interpretación. Años más tarde, Nicholson se descojonó de estos comienzos y dedicó su primer Oscar (ha ganado tres) a su agente de entonces, que le dijo que no valía para actor. Si algo demostró Jack a ese representante y a los capos de la industria es que el carisma no se estudia en clases de interpretación, como a escribir no se enseña en talleres de escritura.
Su exitosa carrera no es posible sin tres hombres clave, los tres productores: Roger Corman, Bert Schneider y Robert Evans. Sin estos tres caballeros el mito Nicholson hoy no existiría.
A Corman, el hombre más importante de su carrera, lo conoció dando clases de interpretación. Al rey de la serie B le sedujeron de inmediato su sonrisa pirada y sobre todo su nulo respeto a la autoridad. Él era igual. Corman sabía que Nicholson sería una estrella, y mucho más grande que los guapos oficiales de entonces.
El momento más importante de su carrera llegó cuando el actor Rip Torn rechazó el faulkneriano personaje de George Hanson en Easy Rider. Schneider, que ya había trabajado con Jack, lo fichó para el personaje y sin pedir permiso a Peter Fonda ni a Dennis Hopper, director de la cinta que no lo veía en el personaje. Afortunadamente, Cannes le quitó la razón y Nicholson regresó del festival convertido en una estrella de cine. Para la historia queda esa escena de la fogata nocturna que parece improvisada, pero no lo es. Estaba todo escrito.
El tercer hombre clave de su vida es Robert Evans, playboy, cocainómano y productor de Paramount que lo fichó para una mala película de Vincente Minelli (Vuelve a mi lado) y con con Barbra Streisand de protagonista. El hippie Jack aceptó el absurdo papel para pagar la manutención de su hija tras su divorcio. Estaba fatal de pasta y pidió a Evans 15.000 dólares. Regatearon y acabaron siendo 12.500 que le salvaron la vida. Muchos años más tarde, Evans, completamente arruinado, tuvo que poner su mansión en venta. Nicholson, famoso por su lealtad y la importancia que le da a la amistad (de ello son testigos Warren Beatty, Bob Rafelson, Harry Dean Stanton o Sean Penn), la compró y se la regaló.
Su autonomía vital también la ha llevado a las alcobas. Nicholson, incapaz de comprometerse, siempre ha sido libre en pareja. En cuanto una novia pedía hogar y niños, salía corriendo. Era un bohemio y un artista y quería hacer películas, no bebés. Su relación más duradera, la que tuvo con Anjelica Huston (17 años), no fue nada convencional. Ni vivieron juntos, ni tuvieron hijos (algo que ella nunca llevó bien) y cada uno tuvo sus aventuras, sobre todo Nicholson. Curiosamente, cuando se enteró de que Anjelica se estaba calzando a Ryan O´Neal se sintió herido. Y todo mientras se follaba a todo lo que pillaba junto a su amigo de juergas Michael Douglas.
Jack rara vez ha vivido con alguna de sus muchas amantes. Forrado, se limitaba a comprarles una casa cerca de la suya. Él siempre ha vivido solo. “Me basto con mi cocinero y yo”, ha llegado a declarar. Y es que si hay algo que apasione a Nicholson tanto como el sexo es la buena comida. Bueno, también la coca, a la que se aficionó tras el rodaje de El último deber, del cocainómano director Hal Ashby. Como cuenta Eliot y han contado otros, la farlopa ayudaba a retrasar la eyaculación precoz que sufría Jack, entusiasta de ponerse un poco de coca en la punta del pene para bombear.
Y aunque ha ganado dinero a toneladas, nunca ha sido un tipo de aparentar, como todos esos cretinos actuales que se compran mansiones de 20 habitaciones, cuatro piscinas y un ejército de sirvientes. Desde hace medio siglo, Nicholson vive en la misma casa de dos plantas y ocho habitaciones (pegada a la que tenía Marlon Brando). De esa casa (decorada con muebles de segunda mano, un bar gigantesco, un calendario original de Marilyn Monroe desnuda y un jarrón enorme lleno de billetes de un dólar cortados en pedazos) no ha salido nunca. Y ahí sigue. Eso sí: con los años y los primeros millones construyó un balcón que daba a su piscina (a la que se tiraba tras desayunar) y decoró sus paredes con obras de Tamayo, Modigliani, Botero, Soutine, Matisse y Picasso.
¿Por qué durante años cada película de Nicholon ha sido un acontecimiento? El libro de Eliot lo explica bien: porque dijesen lo que dijesen sus agentes o publicistas, Jack huía de la televisión. Radio y prensa sí, pero nada de tele, porque quema, es banal y ordinaria. Así lo resumió él: “Creo que el secreto, y por eso no concedo entrevistas para televisión, es una herramienta muy importante para el actor, tanto para la dinámica de la actuación como para la percepción que el público tendrá de su personaje”. De hecho, su famoso (e improvisado) “Heeerrre´s Johnnny! de El resplandor no es otra cosa que una burla a la televisión.
En fin, una vida intensa la de Jack, llena de sexo, juergas, drogas, comilonas, amigos, rodajes, grandes talentos, grandes películas, partidos de los Lakers, premios… Hace pocos años lo entrevistaron para un documental en homenaje a Roger Corman. Cuando se puso a hablar de él, tuvo que parar la entrevista por la emoción. Y es rarísimo ver a Nicholson llorar como un niño. Corman fue el hombre que lo salvó de una vida mediocre. Por eso cuando rodaba A propósito de Schmidt, sobre un gris agente de seguros jubilado, lo pasó fatal. Así lo confesó: “Al mirarme en el espejo, pensaba que podría haber sido ese hombre”.
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