Vuelven los culos grandes, los de partir nueces con sentadillas. Están de moda y no hacen prisioneros. Cuanto más exuberantes mejor, una selva dorsal, hemisferios gigantes. Los ochenta trajeron tetas, hombreras y pelos fritos o cardados en un túnel de viento. Después llegaron las chifladas líricas, el flequillo de Amélie y los cojines con el careto de Audrey Hepburn. Pero la vida se cobra su revancha y esos cojines son ahora aplastados por los glúteos de diosas amazónicas. Ya lo dice Pitbull: "We need all the ladies to hit the danceflo', culoooooo!".
Kim Kardasian |
Los latifundios de nalgas vuelven a ser la posesión más preciada. Jennifer López culebrea sobre la grupa de Iggy Azalea como un niño embardunado de aceite en un tobogán del parque. Serena Williams ni siquiera cabría por la puerta de la tienda de ‘Empeños a lo bestia’. Nicki Minajhace pilates en la selva nicaragüense para tonificar nalga. Beyoncé tiene a un ejército de diseñadores gráficos esclavos trabajando con sus fotos día y noche, dándole muy fuerte al tampón de clonar. Sofía Vergara podría sellar de una sentada el canal de Panamá. Todas ellas prepararon el terreno para que KK recogiera el fruto de la siembra y se alzara con el título de reina incontestable del booty. Hablamos de Kim Kardashian, la “It Girl” absoluta.
Si te conmueve el heroísmo hermético de la juez Alaya arrastrando un trolley a la entrada del juzgado, piensa que hay una persona condenada de por vida a arrastrar dos bultos de los que no te dejan subir a la cabina de pasajeros, bajo cualquier circunstancia, en una especie de castigo inacabable, como el contrato laboral de Jordi Hurtado con Televisión Española.
Nalgas que son un polémico milagro inestable, como la arquitectura de Calatrava. Tienen más peligro que el doble check azul de WhatsApp. Dos esferas tensas, como los carrillos de Kiko Rivera haciendo enjuagues con un colutorio de azufre. Mofletes de bebé chino gordo inyectados de bótox. En dos palabras: Kim Kardashian.
Creció siendo una niña triste. Ella misma confiesa que durante su adolescencia lloraba en la intimidad de su cuarto, pidiéndole a diosito que sus pechos dejaran de crecer de la manera en que lo hacían, es decir, como dos mangas de viento percutidas por un tifón tropical. Eran los noventa, y la delgada estampa castigadora de Cindy Crawford forraba carpetas de bachillerato, paredes de talleres mecánicos y tabiques de cuartos adolescentes. No había lugar para voluptuosas formas de guitarra y pechos como mozzarella de búfala campana.
Sin embargo, el vaivén de las modas lo cambió todo, y su dotada anatomía terminó por convertirse en el canon a imitar, el molde, la nueva sección áurea pero con lonchas de lacón. Quizá te parezca banal o desaforado, pero prueba a imitarla, a contonearte por ahí con sendos cachopos en la espalda. No es fácil. Porque la fama cuesta, y aquí es donde vais a empezar a pagar. Kim se somete a una disciplina militar diaria para mantener en todo lo alto el trasero. Masajistas de la NASA viven encadenados en el sótano de su domicilio. Se hace inyectar grasa de su propio cuerpo en las nalgas. Cavitación, aspiraciones de vacío. Gluteoplastia y lipoinyecciones. Alberto Chicote metiendo la mano en la freidora de un restaurante búlgaro.
Si te conmueve el heroísmo hermético de la juez Alaya arrastrando un trolley a la entrada del juzgado, piensa que hay una persona condenada de por vida a arrastrar dos bultos de los que no te dejan subir a la cabina de pasajeros, bajo cualquier circunstancia, en una especie de castigo inacabable, como el contrato laboral de Jordi Hurtado con Televisión Española.
Nalgas que son un polémico milagro inestable, como la arquitectura de Calatrava. Tienen más peligro que el doble check azul de WhatsApp. Dos esferas tensas, como los carrillos de Kiko Rivera haciendo enjuagues con un colutorio de azufre. Mofletes de bebé chino gordo inyectados de bótox. En dos palabras: Kim Kardashian.
Creció siendo una niña triste. Ella misma confiesa que durante su adolescencia lloraba en la intimidad de su cuarto, pidiéndole a diosito que sus pechos dejaran de crecer de la manera en que lo hacían, es decir, como dos mangas de viento percutidas por un tifón tropical. Eran los noventa, y la delgada estampa castigadora de Cindy Crawford forraba carpetas de bachillerato, paredes de talleres mecánicos y tabiques de cuartos adolescentes. No había lugar para voluptuosas formas de guitarra y pechos como mozzarella de búfala campana.
Sin embargo, el vaivén de las modas lo cambió todo, y su dotada anatomía terminó por convertirse en el canon a imitar, el molde, la nueva sección áurea pero con lonchas de lacón. Quizá te parezca banal o desaforado, pero prueba a imitarla, a contonearte por ahí con sendos cachopos en la espalda. No es fácil. Porque la fama cuesta, y aquí es donde vais a empezar a pagar. Kim se somete a una disciplina militar diaria para mantener en todo lo alto el trasero. Masajistas de la NASA viven encadenados en el sótano de su domicilio. Se hace inyectar grasa de su propio cuerpo en las nalgas. Cavitación, aspiraciones de vacío. Gluteoplastia y lipoinyecciones. Alberto Chicote metiendo la mano en la freidora de un restaurante búlgaro.
No son grandes argumentos, así que, ¿por qué nos fascina tanto Kim Kardashian? Mirarla es hipnótico, como ver a un perrete intentando morder un chorro de agua. Ella sabe que se parece vagamente a un dibujo animado Disney y explota ese filón en segundo plano.
Kim abandera las nuevas formas de maquillaje muy extremas, muy curradas, tareas maestras en la aplicación de luces y sombras que recrean una cara de dibujo animado, una emocionante reconstrucción renacentista del careto que empieza a ser la pauta cada vez más extendida entre las jovencitas, que han aprendido el arte del visagismo teatral de drag queens y geishas. Pestañas enormes, como abanicos de Locomía, que ahora todas usan pero que antes eran privativas de drags. Y es que el futuro tiende a Snooki, de Jersey Shore. En un episodio de ‘Keeping up with the Kardashians’, Kim se hacía inyectar bótox en presencia de las cámaras, y una veía con estupor cómo la aguja traspasaba la densa capa de maquillaje con la facilidad con que el pequeño Nicolás entraba en la sala de tapices del Palacio Real.
Kim es bella de por sí, pero ha aprendido a darse luces y sombras en la frente y los pómulos, a afilar su mandíbula y nariz con sombras negras y gran arte pictórico. Mitiga así sus rasgos étnicos, pero más que un afán racista de etnocentrismo caucásico, persigue un rostro de cartoon animado. Además, ha generalizado el uso entre las chicas random de extensiones de pelo, ya casi ninguna se considera totalmente arreglada con su pelo o sus pestañas naturales. Esto las hace más rígidas y cautas en la cama, porque cuando has pagado mil euros por tus extensiones no estás dispuesta a que un machito te revuelva el pelo o tironee de él salvajemente.
Kim inaugura la feminidad teatral, el espectáculo total. Que no quiere decir liberación de la mujer, pero ha roto alguna atadura gracias a la hipersexualización. Siendo famosa por linaje,lo petó muy fuerte gracias a una explosiva sextape de alto voltaje porno, y no por ello vio menoscabada su posición social. Aquí una chica en semejante tesitura sería objeto de burlas y menosprecio, dejaría de pisar la alfombra roja en los Goya o de participar en anuncios de yogures de soja. Pero en los USA no se convierten en chicas fáciles y denostadas, sino en amazonas autónomas asaltadas por los flashes en el Dolby Theatre de Los Ángeles. En su reality, las hermanas hablan constantemente de sexo, no como sujetos pasivos, sino como protagonistas deseantes, y eso está bien. Al diablo los floreros pasivos y modosos. Ellas se han trabajado a fondo el campo de las estrellas de basket, y hoy por hoy tienen más anillos NBA que Jordan y Magic juntos.
Hoy corren los rumores sobre su posible divorcio de Kayne West y un posible embarazo para salvar su matrimonio. Su instagram rebosa de fotos de la pareja, y quizá sea verdad que las parejas que más felices se muestran en las redes sociales son las que atraviesan crisis profundas. Sus selfies la muestran triste, dicen que está enferma. Sus belfies muestran lo contrario. Parece que KK ya ha acudido a un prestigioso despacho de abogados para iniciar los trámites de separación porque el rapero no cuida de su hija North. Mucha fuerza, Kim. Estamos contigo.
Kim abandera las nuevas formas de maquillaje muy extremas, muy curradas, tareas maestras en la aplicación de luces y sombras que recrean una cara de dibujo animado, una emocionante reconstrucción renacentista del careto que empieza a ser la pauta cada vez más extendida entre las jovencitas, que han aprendido el arte del visagismo teatral de drag queens y geishas. Pestañas enormes, como abanicos de Locomía, que ahora todas usan pero que antes eran privativas de drags. Y es que el futuro tiende a Snooki, de Jersey Shore. En un episodio de ‘Keeping up with the Kardashians’, Kim se hacía inyectar bótox en presencia de las cámaras, y una veía con estupor cómo la aguja traspasaba la densa capa de maquillaje con la facilidad con que el pequeño Nicolás entraba en la sala de tapices del Palacio Real.
Kim es bella de por sí, pero ha aprendido a darse luces y sombras en la frente y los pómulos, a afilar su mandíbula y nariz con sombras negras y gran arte pictórico. Mitiga así sus rasgos étnicos, pero más que un afán racista de etnocentrismo caucásico, persigue un rostro de cartoon animado. Además, ha generalizado el uso entre las chicas random de extensiones de pelo, ya casi ninguna se considera totalmente arreglada con su pelo o sus pestañas naturales. Esto las hace más rígidas y cautas en la cama, porque cuando has pagado mil euros por tus extensiones no estás dispuesta a que un machito te revuelva el pelo o tironee de él salvajemente.
Kim inaugura la feminidad teatral, el espectáculo total. Que no quiere decir liberación de la mujer, pero ha roto alguna atadura gracias a la hipersexualización. Siendo famosa por linaje,lo petó muy fuerte gracias a una explosiva sextape de alto voltaje porno, y no por ello vio menoscabada su posición social. Aquí una chica en semejante tesitura sería objeto de burlas y menosprecio, dejaría de pisar la alfombra roja en los Goya o de participar en anuncios de yogures de soja. Pero en los USA no se convierten en chicas fáciles y denostadas, sino en amazonas autónomas asaltadas por los flashes en el Dolby Theatre de Los Ángeles. En su reality, las hermanas hablan constantemente de sexo, no como sujetos pasivos, sino como protagonistas deseantes, y eso está bien. Al diablo los floreros pasivos y modosos. Ellas se han trabajado a fondo el campo de las estrellas de basket, y hoy por hoy tienen más anillos NBA que Jordan y Magic juntos.
Hoy corren los rumores sobre su posible divorcio de Kayne West y un posible embarazo para salvar su matrimonio. Su instagram rebosa de fotos de la pareja, y quizá sea verdad que las parejas que más felices se muestran en las redes sociales son las que atraviesan crisis profundas. Sus selfies la muestran triste, dicen que está enferma. Sus belfies muestran lo contrario. Parece que KK ya ha acudido a un prestigioso despacho de abogados para iniciar los trámites de separación porque el rapero no cuida de su hija North. Mucha fuerza, Kim. Estamos contigo.
Revistagq.com @jmruizblas
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