Los robots están cada vez más cerca. De hecho, muchos ya están aquí, asumiendo roles y funciones antes reservadas para los humanos.
Con algunos de ellos interactuamos a diario, por ejemplo en los cajeros automáticos de los supermercados. Y, en Japón, ya los están incluso utilizando para atender a los más ancianos.
Pero, si se pudieran construir robots tan sensibles y considerados como los humanos, ¿te gustaría tener uno?
En ese caso, podrían llegar a ser parte tan integral de nuestras vidas que hasta podríamos enamorarnos de ellos, advierte el Dr. Blay Whitby, especialista en ética de las tecnologías.
Y, por ello mismo, ya es hora de que empecemos a pensar seriamente en nuestra relación con los robots, en lo que pueden hacer por nosotros y lo que pueden llegar a significar, advierte.
Los robots que podríamos amar
Por lo pronto, algunas de esas cuestiones ya han sido consideradas por la ciencia ficción.
Y el tema parece haberse puesto particularmente de moda recientemente.
La película "Big Hero 6" (2015), por ejemplo, está centrada en la relación entre Baymax, un robot inflable, y Hiro, el niño bajo su cuidado.
Y la idea de desarrollar robots igual de adorables, capaces de interactuar con los niños mientras sus padres trabajan, ciertamente no parece descabellada.
En "Robot & Frank" (2012), por su parte, el robot se encarga de proporcionarle compañía al protagonista, un hombre mayor.
Y según su director, Jake Shreier, con una creciente población de ancianos necesitados de atención la elección en realidad no es entre humanos o máquinas, sino entre "humanos o nada".
Mientras, en la película "Ella" –Oscar al mejor guion original en 2014– un escritor solitario desarrolla una relación con un sistema operativo diseñado para satisfacer todas sus necesidades.
Y este tipo de relaciones también es explorada en "Ex Machina" (2015), escrita y dirigida por el británico Alex Garland.
La película cuenta la historia de un joven programador invitado a participar en un experimento con una bella androide dotada de inteligencia artificial.
Y Garland no ve nada de malo en la idea de enamorarse de una máquina sentiente a la que uno también encuentra estéticamente agradable.
Rompiendo barreras
Muchos no estarán de acuerdo con Garland, en algunos casos por razones éticas o morales.
Pero, a lo largo de la historia, las opiniones sobre lo que es moralmente aceptable o no han cambiado de forma constante.
Las relaciones entre hombres y mujeres, por ejemplo, tienden a ser vistas como la norma y se hace difícil encontrar razones para cuestionarlas.
Pero los antiguos griegos no las consideraban la máxima expresión de amor, pues pensaban que estaban condicionadas por el deseo y la lujuria.
El matrimonio entre personas de diferentes razas, por su parte, también ha sido –y en algunos casos todavía es– objeto de hostilidad a lo largo de la historia.
En muchos de los estados del sur de EE.UU., por ejemplo, el matrimonio interracial no fue legalizado hasta 1967.
Y, hasta ese año, las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo eran consideradas ilegales en Reino Unido.
De hecho, los esfuerzos por darle a las relaciones estables entre personas del mismo sexo los mismos derechos que a los matrimonios heterosexuales son muy recientes.
Y en pleno 2015 las relaciones homosexuales todavía son consideradas ilegales en varios países, en algunos casos hasta el punto de acarrear la pena de muerte.
Mientras que algunas ramas del cristianismo y el islam siguen prohibiendo el matrimonio con personas de otras religiones.
Por lo demás, si bien en la actualidad la idea de encontrar pareja gracias a los algoritmos de los servicios de citas por internet ya no parece descabellada, la cosa no siempre fue así.
Y el desarrollo de la inteligencia artificial parece sugerir que los robots podrían obligarnos a redefinir, en un futuro no muy lejano, qué puede ser considerado amor y qué no.
Explotación y otros dilemas
El amor, además, no es la única dimensión potencialmente problemática de nuestras relaciones con entes dotados inteligencia artificial.
Por ejemplo, muchos sueñan con la idea de crear robots capaces de servir como asistentes personales superficientes.
Pero otros advierten que su disponibilidad puede terminar facilitando el aislamiento de ciertos individuos.
Y si bien la compañía de los robots puede parecer una alternativa atractiva a la soledad, una solución que no involucre a otros humanos eventualmente puede terminar empeorando los sentimientos de no pertenencia.
La idea de descargar en ellos tareas como el cuidado de los niños, por su parte, debe considerar que un robot difícilmente será el maestro más adecuado de habilidades sociales básicas.
¿Y qué implicaciones puede tener para la sociedad que los ocupados adultos puedan delegar en máquinas ese tipo de labor o el cuidado de enfermos y ancianos?
Po lo demás, si se diseñan robots expresamente para ser queridos, sus fabricantes podrían terminar manipulando a sus dueños para que los actualicen constantemente o compren los bienes o servicios que ellos les sugieran.
Mientras que robots que sean realmente capaces de sentir también podrían terminar queriendo.
Esto abre un territorio completamente inexplorado para la ética, en el cual por el momento hay más preguntas que respuestas.
En ese caso, ¿sería entonces aceptable dejar que se agote la batería? ¿Comprarlos y venderlos? ¿Actuar con ellos –o ellas– de forma cruel?
A priori parecen preguntas no tan urgentes.
Pero, según Whitby, al empezar a considerarlas ahora nos podríamos evitar mucho sufrimiento y dolores de cabeza en el futuro.
BBC
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