Si hay una industria que está hoy en el punto de mira de las autoridades sanitarias esa es la del aditivo que, según varios medios de comunicación, se ha convertido en todo un “veneno dulce” o un “veneno blanco”. Hace algunos meses, la revista 'JAMA', de la Asociación Médica Estadounidense, sacaba a luz uno de los grandes escándalos alimentarios de los últimos años: la Sugar Research Fundation pagó a la Universidad de Harvard para que publicara una investigación que dejase al azúcar en buen lugar frente a otras sustancias como las grasas saturadas.
El debate, sin embargo, viene de lejos. En 1972, el nutricionista John Yudkin publicó el volumen ‘Pure, White and Deadly’: “Espero que después de que hayas leído este libro te habré convencido de que el azúcar es verdaderamente peligroso”. Las tesis de Yudkin, que ligaba el consumo de azúcar con problemas cardíacos, diabetes y obesidad, fue enterrada y menospreciada por otros dietistas, como Ancel Keys, que se mofaron de sus conclusiones. Casi medio siglo después, parece que Yudkin ha acabado ganando la batalla, pues son bastantes los que han vuelto a tomarse muy en serio su trabajo.
Sin azúcares añadidos
Como muchos otros militantes antiazúcar, Leonhardt lanza un propósito para este 2017: “Elige un mes de este año (30 días completos, empezando ahora o más adelante) y no tomes azúcares añadidos”. El objetivo no es el de eliminar todos los azúcares, sino solo los que no se encuentran de por sí en los alimentos: “Los azúcares que aparecen de manera natural en las frutas, los vegetales o la leche están permitidos”. El Servicio Nacional de Salud del Reino Unido (NHS), en su guía para explicar cómo afecta el azúcar a nuestra salud, sugiere que solo un 5% de nuestra ingesta diaria de calorías debería provenir de dicho aditivo.Con todo, tamaña proposición se muestra complicada. Es necesario estar muy alerta y “leer cada ingrediente de la etiqueta, teniendo especial cuidado en aquellos que acaban con el sufijo ‘-osa”. Añade también Leonhardt: “Siéntete cómodo haciendo preguntas en los restaurantes. Evita también los edulcorantes artificiales de las bebidas 'light”. La dietista Rachel Link apunta: "En las etiquetas de las comidas, los ingredientes están enumerados por orden de cantidad, de mayor a menor, así que si la palabra aparece entre los tres primeros, deberías estar atento, pues ese producto contiene grandes cantidades de azúcares añadidos".
"Veía azúcar por todas partes y me pregunté, ¿qué estaba dando de comer a mi familia?"
Por desgracia, como también afirma la periodista Christina Seimenis, quien probó a seguir una dieta sin azúcar durante 15 días, a veces la única manera de escapar de él es comer en casa, y ya sabemos que no para todo el mundo esto es posible. Hay dietistas como Abby Langer que subrayan que eliminar la sustancia por completo es algo bastante poco realista: "¿De verdad no vas a tomar azúcar nunca más? ¡Venga ya! Sé sensato. ¿Qué pasa con las tartas de cumpleaños?".
Pero ¿por qué las empresas añaden la sustancia a prácticamente todo? Según las especialistas Kara R. Goldfein y Joanne L. Slavin, existen cinco grandes razones: dar color, dar textura, facilitar la fermentación en productos como el vinagre o el yogur, funcionar como conservante y, por supuesto, dar sabor. Considerando que, a fin de cuentas, el objetivo de las empresas es el de presentar su producto de la manera más atractiva, es lógico que estas no renieguen de las bondades que supone para para su negocio el recurso al azúcar.
“Veía azúcar por todas partes y empecé a cuestionarme no solo la cultura alimentaria de América, sino también la mía propia. ¿Qué estaba dando de comer a mi familia?”. Son palabras de Eve O. Schaub, otra periodista que tomó la determinación, junto a su familia, de no ingerir alimentos con azúcares añadidos durante todo un año: “Nos sentimos más sanos y parecía que enfermábamos menos, nuestros resfriados eran más leves y mejorábamos antes. Mis hijos perdieron bastantes menos días de escuela”. Larell Scardelli, en un artículo publicado por la 'Rodale's Organic Life', también asegura, desde que dejó el azúcar: "No he tenido ningún resfriado, lo que es alucinante, porque lo normal es que me pusiera enferma por lo menos una vez al año".
Difícil comienzo, rápidos resultados
Todos los que se someten a una dieta con una alta restricción de azúcares añadidos apuntan lo arduo que resulta mantener el propósito, casi como si uno se estuviera desenganchando de una droga. Dice Leonhardt: "Muchas veces odié la experiencia. Echaba de menos los helados, las tabletas de chocolate, los restaurantes chinos y los cócteles”. Pueden aparecer incluso pequeñas secuelas sobre el aspecto exterior. Señala Seimenis que al principio su piel no estaba bien del todo y una buena cantidad de espinillas surgieron en su rostro de repente.Schaub apunta también a las dificultades que tuvo para convencer a sus hijos pequeños de llevar a cabo el propósito. Apunta, por último, Abby Langer: "Evitar el azúcar en cualquier situación puede ser más estresante de lo que piensas" y avisa, por lo que respecta a los niños: "Enseñar a tus hijos que el azúcar es algo 'tóxico' es una táctica para asustar que no tiene nada de saludable. Muestra a tus hijos que un poco de azúcar está bien (un poco, no demasiado), y enséñales a apreciar los sabores de todas las comidas que son naturalmente bajas en azúcar. Esto no se consigue cayendo de forma descabellada en dietas de desintoxicación de azúcar".
Parte del objetivo es volver a aprender cómo es una dieta que no está dominada por los sabores dulces
Lo importante, en todo caso, es mentalizarse para el objetivo. Como afirma el régimen Whole 30, basado en la eliminación de azúcares añadidos, hay que pensar que “luchar contra el cáncer es duro. Parir un bebé es duro. Perder un padre es duro. Beber café sin azúcar no lo es, has hecho cosas mucho más difíciles que esta”.
“Parte del objetivo es volver a aprender cómo es una dieta que no está dominada por los sabores dulces”, manifiesta Leonhardt. Además de las consecuencias para la salud, un efecto curioso del que hablan todos los que han suscrito la renuncia es, como dice Schaub, que “las cosas dulces nos empezaron a saber distinto y, al cabo de un tiempo, eran realmente repelentes. Algunas cosas que normalmente parecían apetitosas empezaron a resultarnos obscenas y desagradables”.
No se trata de dejar de disfrutar de los alimentos, sino de cambiar nuestro paladar y la manera en que los apreciamos. Concluye el periodista del 'The New York Times': “Si pruebas y experimentas algo como lo que yo he hecho, te vaticino que tu nueva normalidad será más saludable y tendrá la misma capacidad para disfrutar de los alimentos que la antigua”.
Medidas adoptadas desde las autoridades
“Muchas autoridades públicas creen que todos estaríamos más sanos tomando menos azúcar, hay un sinnúmero de evidencias”, declara Marion Nestle, profesora en el Departamento de Nutrición de la Universidad de Nueva York. A través de la recomendación de la Organización Mundial de la Salud, quien se mostro partidaria de imponer una tasa para las bebidas azucaradas, similar a las que gravan el alcohol o el tabaco, varios estados decidieron tomar cartas en el asunto.La reducción en la ingesta de azúcar pasa, inevitablemente, por un cambio en los hábitos alimenticios de la población
El pasado mes, el Gobierno aprobó un impuesto para las bebidas carbonatadas, uniéndose así España a las medidas adoptada por otros países como México y Reino Unido.
Sin embargo, como ya apuntamos desde El Confidencial, existen varias razones por las que el nuevo gravamen puede no repercutir de forma relevante sobre el consumo de bebidas con altos niveles de azúcar: una demanda inelástica del producto, que los distribuidores decidan asumir la tasa no repercutiendo en el precio final o incluso la posible aparición de un mercado negro, están entre ellas.
Parece, por consiguiente, que la reducción en la ingesta de azúcar pasa por un cambio en los hábitos de alimentación de la población. Este puede estar ya sucediendo, pues, según el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, desde 1999 el consumo de azúcar per cápita ha descendido en un 14%. No parece, sin embargo, suficiente. Activistas como Leonhardt aseveran que este porcentaje “necesita ser rebajado mucho más, otro 40% por lo menos, para llegar a alcanzar unos niveles saludables”.
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