Carlos San Martín Blanco cree que "el sexo es siempre un acto íntimo, aunque se practique con alguien a quien apenas conoces"
Se define como «un sherpa» que acompaña a los pacientes en el camino aunque deja claro que ellos deben responsabilizarse de los pasos a dar. Está convencido de que los «numerosos mitos y tópicos» que rodean a la sexualidad perjudican la vivencia y la experiencia, y lamenta la carencia de un sistema normalizado de educación que se traduzca en una «sexualidad saludable». Carlos San Martín Blanco, médico, sexólogo y psicoterapeuta sexual, familiar y de pareja, es coordinador del Centro Interdisciplinar de Psicología y Salud, CIPSA de Santander. Secretario General de la Academia Española de Sexología y Medicina Sexual, el terapeuta pone el punto de mira de su inquietud en los jóvenes, pues «afrontan el sexo cada vez con mayor inseguridad y presión». El presidente de la Asociación Española para la Promoción Integral de la Salud Sexual denuncia cómo se impone socialmente un «modelo atlético» del sexo.
El especialista, que desde hace más de dos décadas ejerce la asistencia profesional desde su consulta y desde diversas ventanas comunicativas y de formación, alerta sobre el incremento de las adicciones sexuales y situaciones disfuncionales a nivel de pareja vinculadas a las nuevas tecnologías.
¿El sexo está magnificado, sobredimensionado o, por el contrario, hemos banalizado su importancia?
Sin duda está frivolizado. Hemos pasado de una visión negativista, donde era muy complicado hablar de sexualidad con naturalidad, a una visión en la que nos escondemos detrás de la frivolidad para no ser capaces de tener normalidad. Las mujeres son capaces de hablar entre ellas de manera más honesta sobre su propia vida sexual y vivencias, mientras que los hombres seguimos protegiéndonos detrás del mito, del gracejo, de la broma fácil, del comentario un tanto prepotente porque además se nos sigue condicionando para que nuestra percepción influya bastante en la autoestima. Y ello influye bastante en cómo vive el individuo su propia masculinidad. Su propia visión de hombre está determinada por si es capaz o no de complacer a una mujer.
¿Quizás una de las claves de todo lo que rodea al sexo reside en que se habla mucho y se practica poco?
Eso seguro. Hablamos mucho de sexo porque es lo que mueve el mundo. Debemos asumir que la sexualidad forma parte de nuestra personalidad y que de una manera muy importante nos relacionamos con nosotros mismos y los demás de acuerdo con nuestra condición, identidad y orientación sexual. Y todo eso nos moviliza y nos condiciona a la hora de actuar como individuos. Otra cosa es que algo tan inherente desde el punto de vista práctico se dé con mayor o menor protagonismo en la vida de cada uno.
¿Qué hay que entender por una sexualidad sana?
Sana o saludable es aquella vivencia del sexo como algo positivo. No solo de la actividad sexual sino también de la personalidad sexual. Por ejemplo, cómo nos relacionamos con nuestro cuerpo. Si lo aceptamos o no, si nos condiciona porque genera complejos y autorepresiones. El concepto de sexualidad va más allá de lo que la mayor parte de personas entiende por él: se nos viene a la cabeza penetración o una actividad convencional... Pero cuando un sexólogo dice sexo habla de la relación de la persona consigo misma y los demás.
Al final ¿todo problema, déficit o trauma tiene su origen en un problema de educación?
Sin duda. Hay una frase significativa al respecto: es mucho más fácil criar un niño sano que curar a un adulto enfermo. La educación sexual sigue siendo una asignatura pendiente y da igual que la sigamos reivindicando desde siempre. Sigue a expensas de las decisiones que se toman desde las propias creencias individuales. No hay convicción todavía de que educar sexualmente de manera saludable supone criar adultos más saludables en lo sexual. La educación está detrás de todo. Si educamos a un joven desde el respeto, desde la capacidad de gestionar su vida sexual de manera positiva, vamos a criar un adulto más sano. Ocurre al revés si lo ocultamos, si lo frivolizamos. Si fuéramos capaces de transmitir a los niños y niñas una visión normalizada del sexo desde el minuto uno, no pasaría eso.
Pero el déficit ya está en la base, en la propia ausencia de la sexualidad en el sistema educativo...
Los programas de educación sexual son anecdóticos. No hay una política educativa pese a que en su momento se aprobara una ley que fue muy aplaudida pero que no ha llegado a implementarse. A los profesionales nos preocupa extremadamente esa falta de educación porque, a partir de ahí, llega todo lo demás. Si no somos capaces de cambiar algunos patrones como que el sexo para algunas personas se convierta en una situación exigente, en la que uno se juega su masculinidad o parece que debes cumplir unos objetivos. Nosotros hablamos mucho del modelo atlético: al sexo parece que vamos a medir cuántos orgasmos tenemos, si la tenemos bien dura... En definitiva, a competir como en un gimnasio.
¿Y en qué se traduce?
Cada vez vemos a jóvenes con problemas sexuales derivados de ese miedo a no dar la talla, a no estar a la altura de la circunstancia, a defraudar a su pareja en la medida en que las mujeres se han vuelto más exigentes, y a los hombres nos ha pillado con el pie cambiado de manera que nos sentimos incapaces de abordar ese rol y eso es un caldo de cultivo para desarrollar problemas. Si afronto una relación sexual con miedo, inseguridad y desconfianza mi cuerpo no va a responder bien y entonces todo derivará en gatillazo, en eyaculación precoz...
¿Un sexólogo diferencia entre follar y hacer el amor?
Sí, claramente. Aunque soy de la opinión de remarcar que el sexo es siempre un acto íntimo, aunque se practique con alguien a quien apenas conoces. Es un acto de intercambio y es imposible no vincularte a una persona aunque sea follar. El concepto de hacer el amor incluye otros ingredientes y un cierto nivel de apego como la ternura y la intimidad. Pero incluso el sexo más esporádico no deja de ser una situación de intimidad e intercambio afectivo.
¿El sexo se aprende, y sabemos más de él a medida que lo practicamos?
Por supuesto. Ese es uno de los mitos habituales: el de que nacemos aprendidos, que sabemos lo que le puede gustar a nuestra pareja sin preguntar. A las dos semanas de conocer a una persona sabemos su color, película, música o comida favoritas. Se lo preguntamos y empezamos a descubrirla. Sin embargo, cuesta mucho comunicarnos en el sexo y descubrir al otro. Al final es un proceso de aprendizaje como cualquier otra faceta. Lo que a una persona le puede resultar positivo o agradable, para otra puede no serlo. La sexualidad se aprende, las habilidades sexuales se aprenden y mejoran.
¿Las nuevas tecnologías han conllevado nuevas patologías?
Sin duda alguna. Vemos hoy una escalada muy importante de adicciones sexuales y situaciones disfuncionales a nivel de pareja vinculadas con lo tecnológico. Personas obsesionadas por el control de la pareja a través del whatsapp. O el acceso a la pornografía, que ha disparado también las adicciones sexuales de personas enganchadas.
¿El sexo en el presente rompe o une más parejas?
En estos momentos rompe más parejas. Las condiciones a las que están expuestas muchas no facilitan una sexualidad saludable. El estrés, la crisis, sin duda, se traduce en realidades duras que han generado conflictos, tensiones económicas... Una pareja expuesta a las situaciones problemáticas es más vulnerable a los conflictos. El contexto social del presente no facilita la sexualidad de las parejas. Los terapeutas recomendamos siempre que se tomen un tiempo para ellas. Buscar momentos de intimidad donde puede surgir la relación sexual. Las parejas hoy en día priorizan casi todo antes que su propia relación y eso nos pasa factura. Los hábitos sexuales y la forma de vivir la sexualidad del presente tiende más a separar las parejas que a unirlas.
Como mostró la película visionaria 'Her', ¿podemos llegar a amar a una máquina o a vivir el amor y desear en un plano virtual?
Tengo pacientes que han visto a su pareja una vez pero su relación es diaria. La realidad es que hay nuevas geografías amorosas, nuevas formas de relacionarse a nivel afectivo e incluso sexual. Personas que no se han conocido pero ya han tenido sexo telefónico. Y eso es una realidad que aún no sé si es buena o mala, pero sí diferente. Hay personas capaces de mantener relaciones perfectamente sanas, desarrollar tipos de apego habiéndose visto apenas una vez. Nos enfrentamos a nuevas formas de relación.
¿La crisis provoca más pacientes?
En general sí. Hay parejas que a día de hoy no pueden separarse. Antes iban al abogado y ahora acuden a nosotros para intentar mediar y buscar soluciones temporales que garanticen una convivencia digerible.
Una estadística reciente apuntaba que una mayoría de parejas españolas sería capaz de todo con el fin de lograr placer...
No lo creo en absoluto. Hay cierta moda de intercambio de parejas pero más verbal que real. Eso ha existido siempre por curiosidad pero hay que entender que el menú sexual es algo que tiene que elegir uno. Está bien que se hable de alternativas, de otras prácticas, eso es positivo. Pero ello no significa que sea un plato demandado. Hay que saber muy bien cuál es el límite entre una fantasía y la realidad. No te tiene que gustar algo obligatoriamente o porque está de moda. No eres menos moderno ni disfrutas menos del sexo porque tengas gustos sexuales más convencionales. Hay gente a la que no le gusta la 'nouvelle cuisine' y prefiere un cocido montañés. Cuidado con las influencias y las modas, lo importante es que cada uno elija.
¿En estos momentos predomina alguna patología o disfunción?
Cada vez vemos más casos de disfunciones sexuales en gente más joven. Cuando hablamos de casos por término medio hacemos referencia a un 20% de la población. La diabetes tiene una prevalencia del 14 y la disfunción eréctil del 20 o la eyaculación precoz del 22. Es decir, hablamos de situaciones e incidencias que afectan a muchísimas personas. Los jóvenes afrontan el sexo cada vez con mayor inseguridad y presión. Se impone ese modelo atlético que citaba, eso de 'tengo que ser Robocop en la cama' o se buscan los referentes del cine porno. Si no fuera una cuestión sexual, este aumento en la gente joven sería algo epidemiológico, las autoridades sanitarias estarían preocupadas. Pero de eso no interesa hablar porque hay implicaciones morales o de otro tipo. El sistema sanitario sigue marginando la salud sexual.
¿El orgasmo está sobrevalorado?
Sí, sobre todo desde ese modelo finalista, desde esa idea de la sexualidad como competición. El objetivo es tener un orgasmo y tenerlo de una determinada forma. Muchas parejas consideran que es un fracaso si no llegan al orgasmo a través de la penetración. Pero si es por masturbación o juegos sexuales parece que es un orgasmo menor.
¿La pornografía es mala?
No. Utilizada de forma positiva es recomendable como hago yo con algunos casos de pacientes (eyaculación precoz o parejas que necesitan estímulos). El problema es cuando la pornografia se convierte en elemento excluyente a la hora de canalizar la sexualidad de cada uno. De eso tienen mucha culpa algunas compañías, como esos anuncios televisivos que siguen transmitiendo de manera sistemática el mito de que hay que llegar al orgasmo a la vez. Eso es ingeniería amorosa. Y lo que sucede es que nos obsesionamos con el resultado, en lugar de con el cariño. Es como el que sube al Everest con los ojos cerrados, llega a la cima pero se ha perdido todo el paisaje. Disfrutemos del camino.
-¿A un sexólogo le sigue sorprendiendo algo?
Por supuesto. A mí me sorprende lo valientes que son los pacientes. Una persona que reconoce determinados problemas y miedos y se enfrenta a ellos, capaz de asumirlos y trabajarlos, me parece admirable. Son personas maduras las que reconocen eso de 'Houston tenemos un problema' y yo solo no puedo con él. Pero en los últimos tiempos lo que más sorprende es lo mal que se están relacionando los jóvenes. Situaciones de dominación, de celos, de control, relaciones muy patológicas, que incluyen también los malos tratos. Muchos padres nos traen a sus hijos e hijas de 15, 16 y 17 años que revelan situaciones que son identificables con violencia de género.
¿Qué recomendaciones prioritarias trasladaría a una pareja inmersa en el hastío?
Ser consciente de que si la sexualidad no funciona es un hándicap importante para el bienestar de la pareja. Una relación de pareja sin sexo es deficitaria y acaba pasando factura. Segundo, aceptar que la sexualidad cambia a lo largo del tiempo, incluyendo la expectativa y el deseo. Y tercero: la necesidad de redescubrirse dedicándonos más tiempo. El gran problema de las parejas es que no se dedican tiempo.
¿Sobran tópicos y falta pasión?
Sobran esas creencias rígidas que nos hacen tener roles que nos aprisionan y condicionan nuestra relación.
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