Hace una década era solo la reivindicación de un puñado de científicos, pero los niveles de basura en los océanos son hoy tan evidentes –y sus consecuencias tan graves– que ya asustan a Gobiernos e instituciones supranacionales. Grandes concentraciones de todo tipo de residuos, en las superficies y en los fondos marinos, condicionan el funcionamiento de los ecosistemas y matan a millones de animales, mientras seguimos ensuciando las playas –y en último término los mares– como si la cosa no fuera con nosotros. Este verano, si te bañas en el mar, recuerda que, bajo tus pies, se está fraguando un enorme drama del que también eres cómplice.
Texto: David Losa. Fotos: Oceana.
Cuando llega el verano invadimos las playas. El calor aprieta y nada mejor que acercarse a la costa y disfrutar del mar, ese regalo de la naturaleza que hemos degradado hasta convertirlo en un vertedero. ¿Exagerado? “La basura marina está matando hoy más animales que el cambio climático”, aseguró recientemente el biólogo norteamericano Mike Moore, uno de los primeros en documentar, en la década de los 80, el desastre que se estaba gestando. Estos días, Moore se prepara para afrontar el reto de volver a calibrar la magnitud real del problema en su punto más crítico, la ‘gran sopa de plástico del Pacífico’, la mayor concentración de basura marina del mundo con una extensión de, al menos, 1,5 millones de km2, tres veces la superficie de España.
Según el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), cada año acaban en el mar unos 6,4 millones de toneladas de residuos generados por el hombre, una cantidad que no para de aumentar y que está creando un desastre ecológico global, aunque, por sus características, difícil de medir. De hecho, pese a que algunos científicos como Moore llevan décadas denunciándolo, no fue hasta principios de este siglo cuando la mayoría de las organizaciones ambientalistas, más centradas hasta entonces en los vertidos químicos e industriales, comenzaron a denunciar la invasión de desechos en los océanos.
Hay dos cuestiones básicas a la hora de analizar el problema de las basuras en el mar: qué tipo de residuos son y de dónde proceden. Las respuestas, en ambos casos, están ya bastante claras. “Según varios estudios, el 80% de la basura marina, tanto de la superficie como de los fondos, viene de tierra”, confirma Tania Montoto, responsable del área de Mar y Litoral de Ecologistas en Acción, que especifica la procedencia: “de aguas residuales que se vierten sin depuración alguna, de lo que baja de los ríos y, sobre todo, de la basura que se genera en las propias costas y que acaba tragándose el mar”.
Una vez ‘fagocitados’ por los océanos, los residuos son transportados según las dinámicas naturales marinas, condicionadas sobre todo por las corrientes. Por ejemplo, una parte de la basura vertida, de carácter orgánico, no llega muy lejos. Es el caso de los vertidos fecales, “se quedan en las aguas costeras, y al tener muchos nutrientes hacen que se disparen poblaciones de medusas, algas o bivalvos, alterando el ecosistema, aunque también pueden provocar brotes de gastroenteritis –por ingesta accidental– en humanos, como ha ocurrido estos últimos años, por ejemplo, en la playa grancanaria de Bocabarranco”, lamenta la especialista de Ecologistas en Acción, natural de estas islas.
De todo, en todas partes
Mar adentro, el inventario de objetos es infinito. Algunas veces se encuentra en concentraciones escandalosas, depositada en lugares recónditos, como explica Pilar Marín, científica marina de Oceana, organización internacional centrada en la conservación de los océanos: “De las expediciones que hacemos para documentar la vida marina, lo que más nos sorprende es que aun bajando a más de 1.000 metros de profundidad, donde casi se desconoce la vida marina, encontramos todo tipo de basura. Latas, bicicletas, lavadoras… En algunos cañones submarinos se acumulan miles de botellas de plástico, que llegan ahí, por supuesto, desde las costas”.
Un ambicioso informe, publicado por la revista científica PLOS ONE, y en el que han participado durante una década 16 instituciones europeas, entre ellas el Institut de Ciències del Mar de Barcelona, confirmaba el pasado abril los peores augurios: hay basura en todos los estratos del mar, flotando a 35 metros de la costa y en profundísimos cañones a 2.000 kilómetros del litoral. Si nos centramos en la tipología de los residuos, “lo más común han sido bolsas de plástico, botellas de vidrio y artes de pesca como líneas y redes”. En general, el plástico, en todas sus formas, significó el 41% del total recogido, los residuos derivados de la pesca el 34%, más un 4% metal, un 7% vidrio y un 13% formado por un panaché de basura en el que se encontraban objetos de madera, papel, ropa, cerámica, aparatos tecnológicos, etc.
El plástico no solo es el residuo más común, también es el más dañino. Ese gran invento del siglo XX que prometía cambiar nuestras vidas, es ahora la mayor amenaza del medio marino. Pero, ¿por qué es tan perjudicial la presencia de plásticos en el mar? Por un lado, su degradación es muy lenta, entre 30 y 60 años en el caso de las bolsas y entre 300 y 500 años si se trata de botellas o tapones. En segundo lugar, y esto lo hace más peligroso que el metal o el vidrio, pese a que estos se degradan más lentamente, los plásticos, en su permanente deriva marina, se van desintegrando en trozos casi imperceptibles que colonizan superficies muy extensas.
Como explica Estíbaliz López-Samaniego, responsable del Área Técnica e I+D de la asociación Vertidos Cero: “lo que caracteriza a los llamados grandes vertederos marinos como la ‘gran sopa de plástico del Pacífico’ u otros similares es la enorme concentración de microplásticos o partículas de plástico de menos de un milímetro, hasta el punto de que llega incluso a ser superior a la concentración de plancton, el principal alimento de muchas especies”.
Así es gracias al efecto de arrastre causado por los vórtices –fuertes flujos turbulentos–, que deja en el centro de las corrientes enormes superficies de aguas calmas adonde van a parar toneladas de residuos procedentes de lugares a miles de kilómetros, desde microplásticos superficiales hasta la basura más pesada, que suele quedarse en los fondos, pasando por miles de botellas, latas, envases, etc.
Sin embargo, como advertía López-Samaniego, los microplásticos son los que conllevan efectos más perniciosos, ya que en su fotodegradación concentran sustancias altamente nocivas que van a parar a numerosas especies que acaban digiriendo este veneno en cadena, desde el zooplancton hasta los grandes peces o las aves pescadoras, y posiblemente, en última instancia, el ser humano. “En este tema hay que ser prudentes porque los datos son aún preliminares. Lo que se sabe, a día de hoy, es que los microplásticos actúan como superficies de concentración de contaminantes muy potentes, y que estos, al entrar en la cadena alimenticia pueden liberarse, pero es pronto para afirmar que hay un riesgo real para el ser humano”, comenta la especialista de Vertidos Cero.
Aunque, según la Agencia de Medio Ambiente de Estados Unidos, hasta 267 especies marinas consumen por error estos residuos, provocando millones de muertes, la ingesta no es la única forma en que la basura amenaza a la fauna marina, ya que cada vez son más frecuentes las imágenes de peces, tortugas, focas y otras muchas especies que mueren enredados, ahorcados o asfixiados al quedar atrapados en cuerdas o redes de pesca, anillas de plástico y otros objetos creados por el hombre.
Al margen de cifras, si tuviésemos que mencionar dos ejemplos estremecedores –e ilustrativos– sobre esta tragedia, uno sería el del atolón de Midway, una pequeña cuña de tierra inmersa en la “gran sopa de plástico del Pacífico” y que acoge a la colonia de albatros más grande del mundo. En 2009, el fotógrafo Chris Jordan puso este territorio en el mapa al publicar unas imágenes de cuerpos sin vida de estas aves junto con el contenido encontrado en sus estómagos, donde tenían cabida toda clase de pequeños objetos plástico.
Otro ejemplo desolador es el de un cachalote de 10 metros que apareció muerto en marzo de 2012 en una playa de Castell de Ferro, en Granada. Al realizarle la necropsia, los científicos encontraron en su interior 18 kilogramos de plástico, descubriendo más tarde que procedían en su mayor parte de los invernaderos granadinos y almerienses cercanos. “Teniendo en cuenta el peso del cachalote, es como si una persona se come 320 gramos de plástico, es decir, 50 o 60 bolsas del súper”, apunta Pilar Marín, de Oceana.
Tipificar para limpiar
Si, como calcula Greenpeace, el 10% de los 225 millones de toneladas de plástico que se producen cada año a nivel mundial acaba en el mar, nos enfrentamos a una situación catastrófica y, lo que es peor, difícilmente reparable.
“La basura que ya está en los océanos se va a quedar ahí, especialmente la que coloniza los fondos incluso formando arrecifes artificiales. De hecho, ni siquiera sabemos si es mejor quitarla ya o no. Además no podemos entrar a limpiar a 600 metros, ni tan siquiera a 60. La única forma de parar este desastre es abordarlo desde la prevención, dejando de tirar basura al mar”, afirma López-Samaniego, de Vertidos Cero y coordinadora también de MARNOBA, un proyecto que cuenta con el apoyo del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente y que busca desarrollar un protocolo para la caracterización y la gestión de las basuras marinas en playas españolas mediante el muestreo en varios puntos de las costas.
“La idea es aplicar aquí la misma metodología para la recogida de datos que creó el OSPAR (convenio sobre la protección del medio marino del Atlántico Nordeste). En una primera fase lo hemos hecho en la costa de Alborán, y ahora estamos caracterizando todo el litoral español. Por último, si conseguimos los medios, estudiaremos los fondos”, explica López-Samaniego.
De momento, en lo cuantitativo, la primera fase, llevada a cabo en 12 playas andaluzas, contabilizó unos 100 residuos por cada 100 metros de playa en invierno y hasta 352 objetos en 100 metros en verano, cifras muy preocupantes si tenemos en cuenta que hablamos de playas con servicio de limpieza. Más allá de los números subyacen otras conclusiones “una parte de lo encontrado procedía del mar, pero el 80% se había generado en el mismo entorno de la playa. Esto es importante porque mucha gente todavía piensa que la basura no es suya, que viene de Marruecos por el Levante”.
Otra lectura tampoco admite discusión: la invasión humana de las playas en verano es una de las grandes fuentes de la basura marina. De hecho, según la asociación italiana Legambiente, durante la temporada turística se genera hasta el 75% de los residuos marinos que acaban en el Mediterráneo en un año.
Precisamente Legambiente coordina la campaña internacional “Clean up the Med”, en la que voluntarios de 21 países recogen y clasifican los residuos de muchas de las playas de este emblemático mar. En España, el coordinador de esta iniciativa es Alberto Bayarri, que pese a haber participado ya en varias ocasiones sigue sorprendiéndose de que “por mucho que limpies, parece que la basura siempre vuelve. Nos encontramos de todo, desde cosas que por su desgaste parecen llevar muchos años en el mar hasta cientos de bastoncillos para los oídos que nadie sabe de dónde salen”. ¿Están peor las playas españolas que otras vecinas? “Por desgracia es un problema global, aunque en el ‘ranking’ por países de concentración de plásticos en las playas ocupamos el segundo lugar”.
¿Es un avión? No, es basura
Si la situación del Mediterráneo es preocupante, sobre todo por la concentración de turistas en temporada alta, aún peor se antoja la de regiones como los mares de Asia Oriental, con una población de 1.800 millones de habitantes–el 60% de ellos habitantes de zonas costeras– un extraordinario aumento de la actividad industrial en las últimas décadas y un inexistente sistema de tratamiento de los residuos.
Esto se puso de relieve durante la búsqueda del avión malayo desaparecido el 8 de marzo del año pasado en el Océano Índico. En muchas de las imágenes captadas por los aviones de búsqueda se veían todo tipo de objetos, desde bolsas de plástico hasta contenedores, pasando por restos de barcos, objetos de pesca, palés, bidones… Por desgracia, el aparato de Malaysia Airlines no se encontró, pero quedó patente a los ojos del mundo que algunas zonas remotas del Índico están llenas de basura.
Aunque sea difícil acabar este reportaje de forma positiva, es importante destacar la reacción internacional ante esta tragedia, aunque sea aún insuficiente frente a la magnitud del problema. “A nivel global hay proyectos importantes de la UNESCO, sobre todo en la zona del Pacífico, y de la NOAA (National Oceanic and Atmospheric Administration) en Estados Unidos, en lo que respecta a limpieza y concienciación. A nivel europeo está saltando la alarma y ya hay una comisión dedicada a este tema en Bruselas, así que el problema ya empieza a tener presencia en los centros de poder. En España, como todo lo que sea investigación, estamos en cuadro, y lo que hacemos es más con recursos propios que con ayuda de las Administraciones Públicas”, advierte la coordinadora del proyecto MARNOBA.
López-Samaniego, eso sí, tiene muy claro por donde empieza esta titánica lucha: “Es muy importante que los municipios costeros entiendan cómo tienen que actuar y que centren sus esfuerzos no tanto en limpiar, sino en que sus costas no se lleguen a ensuciar. Algunas medidas posibles para evitar que la basura llegue a la playa son tan tontas y baratas como poner una tapa a las papeleras, que éstas se fijen y no vuelquen, que los chiringuitos no puedan poner servilletas de papel… Me consta que se está gastando mucho dinero en limpiar las playas, pero cuando lo hacen la mitad de la basura ya está en el mar”, concluye López-Samaniego.
Para Pilar Marín, de Oceana, la principal tarea es la de concienciar a la población: “Todavía es muy frecuente ir en barco y ver como se tira de todo por la borda. Las Administraciones Públicas tienen que sensibilizar, pero para eso ellos son los primeros que tienen que estar sensibilizados. La declaración positiva del Gobierno a las prospecciones que buscarán petróleo en aguas canarias, menospreciando los informes científicos, demuestra que no se prioriza el medio ambiente, sino otros intereses. Si se protege, el mar es muy agradecido y rentable, pero los políticos no quieren verlo”.
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