El imán marroquí Abdelbari Zamzami sostiene en una fatua que el marido tiene el derecho de tener relaciones sexuales con su esposa muerta. Según él, el matrimonio sigue siendo válido después de la muerte, ya que esta no puede anular el lazo matrimonial. Como prueba, cita un versículo coránico que dice que “los creyentes estarán en el paraíso con sus esposas”.
Sin embargo, Zamzami ha recordado que esta necrofilia, aunque es halal, es un acto repugnante que es preferible evitar.
En realidad reconoce que el acto sexual con un cadáver es un acto repugnante, asqueroso que sería preferible evitar, pero que es perfectamente lícito (o sea halal) desde el punto de vista “teológico”.
De ello se desprende lo siguiente: a él personalmente le resulta repugnante el tener sexo con un cadáver, pero la interpretación del Corán lo permite. Luego, desde su autoridad como guía religioso, como intérprete del mensaje de Alá, lo da por bueno.
La repugnancia que siente por la necrofilia es de orden físico. No hay en esa declaración atisbo de condena a la necrofilia. No es algo que lo subleve, que lo indigne, que le parezca monstruoso o aberrante: simplemente siente asco ante el pensamiento de tener sexo con una mujer muerta. Es su estómago el que se siente afectado, no su inteligencia. Es como si dijera: “El Corán autoriza el comer carne hervida de camella con crema de pistachos, pero a mí francamente me repele ese dudoso manjar, yo paso. Pero los creyentes pueden ingerir dicha vianda sin problemas, pues es perfectamente halal”. Esta autoridad religiosa, por lo tanto moral, espiritual y social, no condena ni desautoriza esas prácticas aberrantes, simplemente las regula, establece en qué condiciones pueden llevarse a cabo sin transgredir el Corán y las leyes islámicas.
Declara solemnemente que eso se puede hacer y que no recae ninguna culpa, verguenza u oprobio sobre aquél que tuviera sexo con su esposa recien fallecida. Quien refocile con su mujer muerta seguirá siendo un hombre, un seguidor del Profeta, un buen musulmán. No tendrá que sentir culpa, remordimiento, asco de si mismo: estará en paz con su persona, con su conciencia, con la sociedad y sobre todo ante su dios.
Una última cosa. No se legisla sobre hechos inexistentes o sobre comportamientos que no se registran como reales, o probables por lo menos. ¿Por qué se le ocurre a este imán zanjar esta cuestión con una autorización explícita, si el hecho autorizado no fuera algo que ocurre (algunas veces) en esa sociedad y en esa cultura? ¿Qué necesidad habría de mencionar tal cosa, y sobre todo para autorizarla, si no fuera con la intención de librar a los que llegaran a prácticar esa aberración de todo sentimiento de culpa u horror por lo hecho? Este imán no dice que se puede o no tener sexo con marcianos, sino con cadáveres. Toda la explicación reside en ese matiz.
Posteriormente, queriendo explicar su famosa fatua sobre la necrofilia, viene a mejorar su discurso: un musulmán puede tener sexo con sus cabras muertas o con las cabras muertas del vecino. Interesante cultura, fascinante islam, entrañable sujeto.
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